miércoles, 28 de marzo de 2007

La crudeza onírica de Witkin



"Esta vida es un sitio para ensayar, debiera de ser un ensayo sublime". Joel Peter Witkin.

Así transgrede Witkin el arte fotográfico, mediante ese "sublime" ensayo donde juega a mezclar la carne con sombras, horror, sueños y muerte, para mostrar algo tan natural como la vida. Porque también forman parte de la vida los enanos, los deformes, los hermafroditas, los diferentes. Por mucho que se trate de ocultar, por más que apartemos la mirada.

Su particular visión del arte, dice el fotógrafo, proviene de algunos traumas de su infancia. En una ocasión, por ejemplo, presenció un accidente en el que una niña resultó decapitada. Sus fotos, que provocan en el espectador igual rechazo que una desconcertante atracción, impactaron a la opinión pública. Incluso ha llegado a ser acusado de explotador, siendo marginado como artista en diversas ocasiones.

Sorprende la estrecha relación de Witkin con la pintura y el catolicismo, sus complejas creaciones a menudo evocan pasajes bíblicos o pinturas famosas. Su mayor influencia fue Giotto, del que adquirió la forma de sus composiciones. El Bosco y Goya son otros de los pintores con los que se le compara.

Witkin busca liberar a la humanidad del velo opaco del canon clásico de belleza. Nos recuerda con sus llamativos trabajos que la fealdad y la muerte también forman una parte vital de nuestra existencia, y debemos acostumbrarnos a ella. Debemos observarla con la naturalidad con la que aparece en nuestras vidas y que merece, y olvidar ese absurdo deseo de eternidad y perfección que -cada vez más- tanto daño hace.

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