lunes, 28 de junio de 2010

Ayer, o antes de ayer


Mi vecina estaba mejor de la quimio y, mientras me volvía a contar con pelos y señales durante largos minutos lo injusto de la negligencia, yo sólo atinaba a ver sus labios y sus ojos moverse una y otra vez.

Mi amigo tardó tres minutos en sentarse a la mesa a comer, mientras me explicaba lo mal hechos que estamos, y que deberíamos tener la piel resistente como la de los pulpos, y su misma capacidad para regenerar los miembros.

Mi madre dejó de ver el cotilleo para preguntarme si quería algún caprichito del súper, porque hacía años que no me veía esta cara.

Mi chico me llamó para decirme todo lo que me quería, y que le había contado orgulloso y risueño a su amigo el día que salvé a un bicho moribundo de ser comido por las hormigas y acabé ansiosa y culpable por haberme inmiscuido en la naturaleza y el destino.

Mis hermanos vieron juntos el futbol y me ofrecieron un trozo de pizza.

La perra me miraba desde su camita del suelo con cara de pena y ganas de echar un polvo.

No sé lo que estarías haciendo tú.

Pero yo, yo sólo quería escuchar esta canción una y otra vez...

noir desir-le vent nous portera

 

miércoles, 16 de junio de 2010

Jugando con Dios 2ª parte. O Narraciones "extraordinarias"


Cuando cerré la puerta tras de mí, por fin, después de tres días sin parar de leer y follar, me miré corriendo al espejo muerta de angustia. ¿Tendría que volver a depilarme, andaría el tinte en su sitio? -Joder, ¡y cuatro días sin cagar!, a mi esto me va a matar-.

 Aquel chico que tanto me gustaba me había invitado a una miniescapada supuestamente intelectoespiritual en una casa rural, pero estaba tan incómoda que ya no tenía ganas de espiritualidad, ni de leer, ni de follar, ni de compañía, ni de ná.

 Más relajada por la ducha, depilándome el bigote con las pinzas y el espejo de aumento, y aunsabiendo que él seguía justo al otro lado de la puerta del baño, me dispuse a dejar obrar a la naturaleza.


Pero la vergüenza de saber que el plof reverberaría en toda la estancia y los campos adyacentes me llevó a sentirme como en el túnel de la muerte. En la décima de segundo que tardó en venir la criatura pasaron por mi mente infinidad de recuerdos al lado de aquel cabrón que tanto me haría luego sufrir.

Como la de latas de cerveza que tuve que beberme deprisa escondida en la calle, las primeras veces que quedamos, por eso de disimular la timidez y parecer más locuaz. O la de ropa nueva que me tuve que comprar.

O aquella romántica primera noche durmiendo juntos en que, de tantos gases cerveciles y nerviosiles, no pude pegar ojo con tal de controlar y silenciar la salida de algún delator.
Como en La invasión de los ultracuerpos, tuve que soportar la más cruel de las torturas y no dejarme caer rendida y extasiada en los suaves brazos de Morfeo en toda la noche.
Aunque finalmente, igual que en la peli, sucumbí.

Y también igual que en la peli el castigo fue ser convertida en un desagradable ente con apariencia humana. Que, para más inri, despertó la estancia y a sus ocupantes en un ensordecedor ruido de infarto que comenzó a retumbar de manera infinita de pared a pared matando a su paso a los cuatro angelitos de la guarda y al amor que hubiera podido surgir de aquella incipiente relación.

Impresionante ruido que, por supuesto, hice como si no hubiera pasado, ni escuchado, simulando un pequeño ronquido que a su vez intentaba tapar el sonido de un angustioso tragado de saliva.

O la vez que, pensando que ya se había marchado mi prima menstru, acabé embadurnando la tapicería de su súpermegacoche y su entrepierna metrosexual de los rojos fluídos de la vida.

De repente, antes de que se repitiera la vergüenza del que bauticé como día Hiroshima y los posteriores malintencionados comentarios del tipo a ti no te despierta ni una bomba...
me vi agarrada a la blandita, caliente y cada vez más larga defecada criatura de la discordia.

A modo de amortiguación por tiempos la fui sosteniendo para que la pobre no se hiciera daño al caer a las delatoras aguas del retrete. De nuevo se presentaba ante mí una gran oportunidad para haber acabado en manos de psicoanalistas especializados en coprofagias y escatologías varias.

 Qué triste me sentí, tanto que casi me echo a llorar. Puta vida, tantos líos, malos ratos, tantos riesgos, ¡y todo por gustar! ¡por tener un mísero poquitito de amor, sexo y vida social! ¡¡Cuán alto es el precio que tenemos que pagar!!

Y es que, no se me había ocurrido otra cosa para llenar mi vacío existencial y mi aburrimiento que echarme un amante para aunque sea jartarme de follar. Había osado a jugar con el destino, con Dios, y tentar a la suerte -ya escrita de antemano en los anales de la desgracia- para encontrar ya no vida, sino vidilla. Y joder, decían que funcionaba... pero bah.


 


lunes, 14 de junio de 2010

Jugando con Dios

Es increíble la importancia que le damos a que nos quieran los demás, y al qué dirán.
Cómo puede afectarnos que no nos aprecien o incluso nos devuelvan un feo reflejo de nosotros mismos que no esperábamos.

O peor todavía, que sí esperábamos pero no podemos o queremos cambiar.
Por eso nos esforzamos y hasta forzamos por mostrar ese punto que sabemos atractivo, de la misma forma que nos prohibimos sacar a la luz esas vergüenzas tan poco halagüeñas. Fu, ¡menudo estrés!

De condición chapucera, pasota, casi idealista, también me veo muchas veces inmersa en ese suplicio adaptativo para ser querida. Y es que no es difícil, llegado el caso, basarnos en victimistas coartadas para abandonar nuestra esencia primera y unirnos sin culpa, cómoda y pragmáticamente, al bando del atractivo enemigo.

La mayor coartada que casi todos tenemos es que, quitando los cuatro encaprichamientos que inspiramos a partir de la adolescencia, nunca nos sentimos queridos o admirados por nadie, ni por los padres siquiera -oh, mundo cruel-. Desde bien pequeña yo le preguntaba a la mía para qué había tenido hijos, con lo bien que hubiera estado ella sola. Y es que siempre fui consciente de que las vidas de los padres se transforman en meros sacrificios existenciales para, a través de sus creaciones, obtener la ingenua y redentora oportunidad que les permita mejorar, y de paso encontrar sentido a su existencia. Qué atrevidos y osados los padres, jugar a ser Dios.

La Nothomb, en su Biografía del hambre, habla del choque que supone para un niño darse cuenta de la necesidad de seducir hasta a su propia madre. Yo, como tenía más que asumido que nunca llegaría a hacerlo, no veía mayor problema. Pero pronto te ves obligado a aportar el suficiente atractivo si quieres tener amigos, ligues, trabajo, compañeros, éxito social. Y claro, como es la sociedad la que marca las claves de su éxito, nos dejamos llevar por los tramposos senderos que nos muestra: "Deja de soñar. Déjate explotar. Deja de pensar. Se feliz y normal".

Y así, sin pensar, para ser felices, normales y gustar, nos dejamos la ilusión y el dinero en e$tudiar para intentar adquirir cierto prestigio social; el orgullo y la vida en tRaBaJar, trAbAjAr, tRaBaJar para poder comprar y competir más y más; y la salud mental en gUstar gUstar gUstar gUstar.


Y luego que si ambigüedad, trastornos, anorexias, ninfomanías, que si doble personalidad ¿Todo por gustar? Nunca a la altura, siempre insatisfechos, apocados, desfasados, angustiados. (Que menos mal que se quita con salir a comprar, o a follar...)

Muchos años pensé ¿para qué molestarme en buscar trabajo, hacer amigos o amar?. A veces me sentía como una mascota. Apartada del mundo y la libertad a cambio de cierta tranquilidad, sueldo a fin de mes, una cama blandita, comida y ducha. Pero aún perdida, sin saber con qué dueño debía jugar.

Rodeada de existencias tanto o más perdidas que la mía. Enfermeras suicidas, alcohólicos, yonkis, cabreros, homosexuales frustrados y solitarios de sobremesa.


Un día ya no pude más.

Y así fue cómo comencé a buscar la libertad (y acabé en un cuarto de baño agarrando algo largo y caliente para gustar)

Continuará...




miércoles, 9 de junio de 2010

Gallinas en el líbano




El sábado pasado me colé en una ceremonia religiosa de esas para unir a dos almas en una sola hipoteca. Me apetecía oye, que hacía 20 años que no iba a hacerle una visita a Dios.
Y mis amigas, sí invitadas, me habían ofrecido acompañarlas para entretenerme de la llantera de hacía un rato.

Para no desentonar demasiado ni hacer pasar vergüenza a mis acompañantes olvidé mis habituales cascarrias sayas y salí de compras para travestirme de joven mona aparente y competente:

falda corta blanca, camiseta roja, zapatitos rojos con moña blanca, pinturas rojas y blancas, espuma pegajosa para el pelo y un anillo rojoplástico de los chinos.

No se podía estar más espectacular.

Mientras intentaba disimular mi acentuado complejo de torpe social, y observaba insegura desde la última fila los pintorescos disfraces de la concurrencia (probablemente empeñada para la ocasión), el cura empezó a carraspear en tono regañativo:

-¡Un poco de respeto y silencio!- pedía. -¡Estamos en la casa de Dios!-.

Y entre la típica sesión aeróbica ahoradepieahorano y los movimientos de labios rumiando las respuestas que ya nadie conoce, el cura preguntó a los novios por qué se casaban.

Qué capullo...

Como ni sabían qué contestar, comenzó un duro sermón que no sé si era un desahogo por la hipocresía de estos tiempos o por la propia frustación del cura, que estaría encabronado porque su novio le habría puesto los cuernos, o echaría de menos las confesiones de las comuniones.

Se me hicieron los ojos chiribitas -¡bronca bronca!-.

Mis amigas me miraban con cara de niseteocurradecirná.

Y yo deseando coger al cura del cuello y gritarle -pero pedazo de capullo, ¿y tu qué? aqui chupando del bote, cambiando el padre nuestro a tu rollo, y encima maleducao,
¡mira que darle el día a estos pobres desgraciaos!-.

En el momento culmen del beso mis amigas ya lloraban como madalenas.

-¿Qué haceis?- les increpaba yo.
-Si os caen fatal los novios, y llevan ya quince años juntos-.


-¡Pues anda que tú, llorando esta mañana por una gallina!-
-¡No no no no! ¡por una gallina no! ¡Miles, miiiillones!
¡les cortan el pico porque se vuelven locas y se automutilan y atacan a las de las minijaulas de al lao!-


Cuando terminó todo una señora gorda disfrazada de avestruz, con unas plumas que casi llegaban al techo de la Iglesia, me preguntó muy graciosa que si era del Atleti, y que si también iba al convite.

-Tranquila, señora, sólo me he acoplado a la Iglesia. Pero traigo unos taper, por si sobra algo y me hacen el favor de guardarme aunque sea tarta :). Y ¿por qué del Atleti?, estos colores son del Líbano-.

Que por cierto, mal asunto allí también para los animales de granja...

¿Alguien sabía que el Padre Nuestro lo habían cambiao?


lunes, 7 de junio de 2010

El fuet de la discordia




Mientras dilucidaba sobre cuál de mis seudoexperiencias de los últimos días me apetecía escribir hoy... mi madre me ha interrumpido para ponerme al día, de repente, de una cuestión de suma relevancia para la humanidad:

-María, el mejor fuet es del mercadona-.

Siempre me ha llamado la atención la forma que tiene de hacerme partícipe de sus pensamientos o noticiones. Ella suelta la perla sin venir a cuento y se va tan pancha, como con el deber cumplido.

Como un día que me dio un susto de muerte al entrar a mi cuarto bien temprano sólo para decirme: -¡Despierta! que se ha muerto Lady Di...-
-¡Y qué pasa!, ¿nos han invitado al entierro?-.

Pasa en todas partes, y hasta en las mejores familias: la soledad y la incomprensión rezuman por nuestros poros, nuestros genitales, los pelos de la nariz, los ojos de las cerraduras y hasta los pitorros de las ollas expres.

No nos entendemos, ni entre nosotros ni a nosotros mismos, de la misma forma que a ratos no nos soportamos y otros ratos nos necesitamos y hasta adoramos.

Pero ¿sabéis qué? aunque parezca lo más absurdo, tonto, frustrante e ingenuo del mundo, siento como si formarais parte de mi y mi aburrida pecera llena de algas asquerosas.