viernes, 25 de enero de 2008

El tiempo no se pierde, se gasta. O cómo saisfacer las necesidades sociales.






Recuerdo todavía con pavor cómo mis amigas de la infancia se empeñaban en jugar a las casitas o las barbies, mientras yo insistía en que fuéramos a conquistar nuevos barrios con las bicis, o a robar a algún supermercado. Enseguida, ante tal frustración, decidí juntarme mejor con los niños del edificio, con los que me lo pasaba infinitamente mejor. Hacíamos fogatas en los descampados, nos colábamos en la piscina de los pijos, jodíamos el tráfico poniendo vallas de las obras, y le ganabamos a los edificios colindantes en las peleitas de globos. Eso sí que era vivir a tope, y no pasar las tardes imaginando que éramos efectivas amas de casa, o frívolas empresarias con cintura de abeja y novios repeinados.

Cuando nos juntábamos con las niñas en el patio, exclusivamente para jugar al conejo de la suerte, yo tenía entrenados a los mas guapos para que los besos solo me los dieran a mi. Esto provocaba cierto revuelo en las demás niñas, que no terminaban de comprender si es que yo era una machorra dominanta o una incipiente guarrilla.

Por las noches sacaba mi lado femenino a solas, jugando con mi nenuco a que yo era la madre secreta del hijo del cantante de Europe. Al principio había optado por George Michael, alentada por el póster de Feith, pero me habían dicho que estaba enfermo -por lo visto era bisexual ¿?-, y no quería dejar huérfano a mi niño tan pronto.

De verdad que intenté ser más normal echándome una mejor amiga -cuya única diversión era dar paseitos comiendo un helado, o que la acompañara a hacerse la cera-, pero tanta emoción pudo conmigo, así que volví a acercarme a los niños. Hasta que aparecieron las tres cosas que siempre me han puesto los pelos de punta: los juegos de mesa, la pley, y el fútbol.


Siempre he renegado de los hombres con esas aficiones, por eso de querer compartir gustos con mis amigos y no perder el tiempo en tonterías, pero eso hizo que mi campo de elección quedase bastante reducido. Y como siento que me falta un chip futbolero para pasarlo bien con las amistades masculinas, me ha dado por jugar a las casitas por probar suerte. Mi mayor entretenimiento en los ratos libres se está convirtiendo en ordenar los armarios, hacer comidas nuevas, o limpiar la cocina. Estoy preocupadísima.

Y a pesar de que a mi, y supongo que a todos, nos gustaría más gastar el tiempo en leer, viajar, ir a cenar, montar en bici, o hacer gamberradas... pues nada. Nos empeñamos en seguir jugando a lo aborregadamente establecido.

Ya mismo me veo en bata jugando al bingo casero con las vecinas que sacan las sillas en el bajo, a 20 céntimos el cartón, que la cosa no dá pa más. O aliándome con alguna vecina cotilla para consolarnos por el deterioro que ha traído la play a nuestras vidas.

Quizá todavía esté a tiempo de encontrar personas que, como yo, le gusten todavía más las gamberradas, ir a conocer mundo -aunque sea al pueblo de al lado- o a londres a pegarnos juergas a las seis de la tarde; ir de excursión a Tarifa, o hacer el cafre en Los Pirineros; o pasar la tarde como en el club de Bloomsbury, inventando poesías, o comentando pelis.

Quizá me siga pasando los días libres jugando a las casitas, esperando que mi amorcito termine de ver el fútbol, mientras sueño que tengo un amante y una amiga que prefiere ir de excursión a la playa o al cine, o me toca la lotería y me monto un harem de tios que jueguen a las casitas, mientras yo gasto mi tiempo por ejemplo jugando a la play.