lunes, 30 de noviembre de 2009

El endurecimiento de la vida






La ilusión de mi vida ha sido siempre irme a vivir al campo. Plantar tomates y patatas, tener un manzano, gallinas y cabras, llevar un pañuelo ochentero en el pelo mientras hago queso como el abuelo de Heidi...

Mi excusa para no hacerlo era, sobre todo, la falta de compañía. Y soñaba con encontrarme el día menos pensado con un idealista compañero que pensase que ser asalariado e hipotecado es malo para la salud, quisiese vivir en el campo conmigo, se negara a usar productos químicos, y tocara la guitarra a la luz de la candela.

Mi nuevo chico me dió la sorpresa el otro día cuando me contó que había intentando opositar a Agente forestal, pues su ilusión era estar lo más cerca posible de la naturaleza. Al rato ya estabamos planeando nuestro futuro hipie:

"Comeremos espaguetis y arroz ¡que son muy baratos!, plantaremos verduras, y haremos algún trueque con huevos y algunas habilidades. Tú ofrecerás clases de guitarra o conciertos en los pueblos cercanos, y yo seguiré intentando que mis decoupages y colgantes de fimo no parezcan tan cutres, mientras termino el libro de fantasía que empecé hace dos años -del que sólo llevo dos folios- con el que pretendo forrarme como la de Harry Potter. Además, nos vamos a adaptar genial a la vida de hipie... los dos somos ya unos horteros, y no nos gustan las discotecas ni las tecnologías. Además, siendo alérgicos a las hipotecas, es la única forma que nos queda de poder vivir juntitos y tener hipitos..."

Cuando volví a casa me dí mi ducha caliente nocturna con aromaterapia, me pasé la epilady, y me eché mis mascarillas del pelo y el cutis mientras me hacía la manicura francesa y pensaba en lo calentita que iba a dormir en mi edredón de plumas ahora que ha llegado el frío. Empecé a recordar todo lo que me gustaba el campo de pequeña, cuando fui a la finca de unos amigos y comí manzanas del árbol, fresas de una especie rara que crecen del suelo, telas de ¡hostia arañas! Recordé un trauma que creía olvidado, de un campamento de verano de 15 días en el que provocaba el estreñimiento con tal de no cagar en aquel boquete en el suelo, y no me duché ni una sola vez porque en las duchas había añaras patudas.

"Hola, amorcito, perdona que te llame a estas horas, espero no haberte despertado...¿tu crees que en el campo ese que vamos habrá muchos bichos? Es que se me había olvidado decirte que me dan mucho asco...Además, he pensado que si ya no dejan ni acampar... ¿tendremos que pedir una hipoteca campestre? ¿Y si luego nos echan abajo la casucha los técnicos del Ayuntamiento por no sobornarles? ¿Y si nadie nos compra los huevos, o sale una gripe gallinar? Además, yo tengo que ducharme por lo menos dos veces al día con agua caliente para ser persona...¿eh?, y ¿donde voy a enchufar mi epilady? Y otra cosa, después de ver tantos crímenes en la tele no pienso vivir allí a menos que pongamos una valla electrificada... Jo, cari, ¿y me acordaré por las noches de La Bruja de Blair?"

Ahora empiezo a pensar que quizá el precio por tener la vida con la que siempre he soñado sea demasiado alto. Echaría demasiado de menos mi edredón de plumitas, mi cuarto de baño de mármol, mis potingues, la pelu, El Diario de Patricia, mi blog...

¿Nadie me dona una finca con granja, chalet y piscina para poder vivir de una vez con mi cari? Qué dura se me hace la vida...


 

 

martes, 24 de noviembre de 2009

Cuanto más conozco a la gente más quiero a mi tele




Mi experimento sociológico-televisivo de la semana pasada me ha tocado el punto ambiguo como hace tiempo no me pasaba: estoy enganchada a Crímenes Imperfectos . Tanto decir que no iba a encender la tele nunca más y ahora hasta falto a algunas clases solo por ver el programa mañanero.

Ahora, cuando me despierto, la tele de mi cuarto parece mirarme y decirme "encieeendemeee, encieeendemeee". Cuando voy a la cocina a desayunar hay otra tele que también me dice "veengaaa, sólo mientras te comes lo cereaaaleess..." Y claro, después de tanta insistencia, en el salón -donde se ubica La Tele- me quedan nulas resistencias a las catódicas influencias que desprenden sus 40 pulgadas de plasma. Es lo que tiene la sociedad del bienestar, que teniendo teles en cada habitación no podemos huir de ellas.

En estas mañanas de crímenes me he terminado de dar cuenta de lo malos que somos los homínidos, egoístas a más no poder, capaces de matar por un poco de dinero, de poder o de rabia. Hijos que matan a sus padres para quedarse con la herencia antes de tiempo, personas que matan a su cónyuge para cobrar el seguro de vida, o para irse con tranquilidad con su amante. Chalados que no soportan la humillación de ser rechazados, o simplemente individuos que quieren experimentar lo que se siente al matar. Si a pequeña escala, en nuestra pareja, familia, edificio, barrio o pueblo, no somos capaces de tener la suficiente empatía y vivir en armonía y justicia, ¿qué se puede esperar entonces a nivel mundial de los políticos, empresarios, organizaciones y relaciones internacionales, etc.? Así va el mundo...

Amén de que la mayoría de los conflictivos puedan tener algún tipo de trastorno psicológico, desde luego esas facetas forman parte de la naturaleza humana, y lo peor es que cada vez están más camufladas bajo pretendidos comportamientos pragmáticos. Yo, mientras, sigo deprimiéndome por ver lo complicado que es esto de convivir en sociedad. Cada vez estoy mas acojonada de la de gente que hay suelta, y me gusta más quedarme en casa calentita, a salvo, viendo la tele. Además, es que siempre acabo decepcionada de mis semejantes y del mundo por las más nimias tonterías.

Esta tarde mismamente he tenido una discusión con mi amiga que ha sido reveladora. Me decía que soy rara, y el argumento es que me llevo bien con todos mis ex. Ella es una buena persona, inteligente, con estudios, con empatía... pero dice que si cortara algún día con su pareja no querría saber nada más de ella. Desde luego no permitiría que su pareja mantuviera una relación de amistad con sus exs, y prevé que tendré problemas con mi nuevo chico -celosillo que me ha salido- porque hasta ahora he tenido demasiada suerte.

Yo, como digo, soy muy amiga de todos mis ex, y no pienso cambiar eso porque además estoy orgullosísima. De hecho es que no concibo que sea de otra manera. ¿Cómo se puede dejar de querer a alguien sólo porque ha acabado la relación de pareja? En mi caso siempre ha quedado el cariño, el respeto, la confianza, y eso a lo que tanto miedo tenemos que se llama amor, y que no es más que relacionarnos de forma sana y cómplice con nuestros semejantes.

Pero no, se supone que soy rara. Quizá lo normal sea dejar de hablar a tu pareja porque se fue con otra más guapa, poner denuncias falsas de malos tratos para quedarte con la casa, sacar dinero al cónyuge hasta dejarlo en la calle, poner a los niños en contra, meter cizaña con la familia, o simplemente dejar de interesarte por esa persona porque ya no te ofrece ni sexo, ni cenas, ni exclusividad.

No entiendo nada, de verdad que no entiendo nada. Me voy a ver la tele.

 

viernes, 20 de noviembre de 2009

La caja ¿tonta?


 
 

Hace muchísimo tiempo que -excepto los dibujitos- no veo la tele. Normalmente prefiero ahogar mi vacío existencial en los libros, el youtube, o escribiendo tonterías como ésta. Además, es que cada vez que la enciendo me cabreo sobremanera.

Antes intentaba ver el telediario por lo menos, pero desde que lo copa el fútbol, las promociones y las informaciones globalizadas o insufladas desde nuestros queridos políticos de pacotilla, prefiero poner los Simpsons que son mucho más críticos.

Lo que más me molesta es el escandalo que forman los programas de cotilleo -que mi señora madre tiene puestos desde que se levanta hasta que se acuesta- . ¿Por qué se empeñan en gritar y discutir como si les fuera la vida en ello?. Menuda forma de inculcarnos el mal rollo y la falta de escrúpulos, respeto y compañerismo. Y lo peor es que, con la de temas importantes que habría que tratar y debatir en los Medios, lo único que sabemos es a cuantas se lleva folladas el hijo de la Pantoja o quién ha sido expulsado del Gran Hermano XXIII. Qué miedo, parece que la tele lanza ondas subliminales para dejarnos atontados. Y claro, como atontando se está tan bien...

Esta mañana, entre el nublado y la modorra, me sentía como cuando de chica fingía estar enferma para quedarme en casa viendo Vacaciones en el mar. Mando en mano, y debajo de mi super edredón de plumas, he rememorado los viejos tiempos de amistad con la pantalla.

He estado viendo ensimismada un programa sobre crímenes resueltos; esos en los que recrean los asesinatos, salen entrevistas a los familiares, condenan a un culpable y al final resulta que era otro. Qué chulo estaba...

En los intermedios me he enterado de que la baba de caracol se ha pasado ya de moda, y que ahora venden una crema con veneno de culebra para dejarte el cutis como el culito de un bebé.
Por cierto, han sacado unas toallitas para éstos últimos con muuucha mas celulosa que hacen a tu niño ser el mas guay de la escalera.

En un programa mañanero una compungida presentadora, tras el relato de una madre angustiada por la alarmante desaparición de su hijo en aguas malagueñas, sonreía eúforica para mejor hablar de cómo hay que vestir para ser pijo. Ana Rosa metía en el mismo espacio al Alakrana y al transexual de este año del Gran Hermano, y Susana Griso le ponía morritos a un médico invitado que promovía la dieta de proteínas para perder peso.

Por lo visto ya no se usa la soja sólo para cagar mejor o la menopausia, ahora la incluyen también en la leche, los cereales, los snacks y los bollos de crema, que para eso está la fibra tan de moda. Hay un programa donde unas cuantas gachís se pelean por un macarra delante de toda España, y siguen organizándose caravanas de mujeres para granjeros con ganas de hembras gratis, que la crisis ya no da ni pal puticlub. Y si se acaban casando, el mejor regalo sería un reloj de diamantes que se puede pagar a cómodos plazos durante 10 o 15 años.

Ahora me pregunto, si yo -que soy una víctima más de la generación del desencanto, el contrato basura y un pésimo sistema educativo- en sólo dos horas de tele me he podido percatar de lo mal que está el mundo...¿de verdad la gente la ve tan tranquila todos los días sin darse cuenta de nada?

Qué asco de sociedad, me averguenzo de formar parte de un sistema en el que sólo importa estar flaco, terso, moderno, entretenido y bien cagado. Una sociedad donde los ciudadanos, con tal de satisfacer necesidades ilusorias promovidas por los Medios, no les importa que se hagan barbaridades. Una sociedad de tontos, donde sólo nos informan de los hechos desagradables cuando hay morbo de por medio y/o levante el suficiente setimiento de culpa en los ciudadanos para que las ONGs sigan chupando del bote.

Por culpa de las plantaciones de soja y la celulosa de las toallitas se destruyen miles de hectáreas de selva y se dejan sin tierra a cientos de familias indígenas. Nuestra ropita nueva y los regalitos del todo a cien los hacen millones de esclavos o semi-esclavos en países como India o China. Se matan a miles de animales para que luego puedas tener en casa un chulo bichejo exótico, o puedas untarte una de esas cremas absurdamente milagrosas. El exceso de proteínas es malo, la dieta ideal es la equilibrada, y no es precisamente bueno tomar alimentos manipulados para estar sano.

Tener a tías sumisas y apocadas luchando por un macarra no es la manera de combatir contra la violencia machista, y un diamante -además de ser para siempre- lleva detrás miles de muertos, esclavos y mafias para extraerlos y comerciar con ellos.

La ley de la oferta y la demanda es la causante de casi todos los problemas del mundo. Y no nos engañemos, nosotros somos los demandantes. Nosotros somos los que reclamamos el morbo, los que reclamamos y consumimos los servicios que nos ofrecen.

Yo, desde luego, no pienso encender la tele a no ser que echen Doraemon, Los Simpsons, Aída o El Diario de Patricia. Y cuando quiera estar atontada pues seguiré plantando la María que necesite, que tampoco vale comprar drogas, ¿eh?

jueves, 12 de noviembre de 2009

El roto de mi descosido

 



Siempre he tenido un poco-bastante mala suerte en el amor. Y no porque no haya encontrado pareja precisamente, sino porque todas mis relaciones han acabado por falta de eso mismo, de amor.

Como en cualquier relación social creo que el problema era el de siempre, la incompatibilidad de caracteres. Al principio es todo tan bonito...y tan nuevo. Nuevas ilusiones, nuevos besos, nuevas caricias, nuevo cosquilleo en la barriga...; vamos, nuevos polvos. Es lo que tiene la química, que nos engaña y manipula, ¿de qué iban a comprar las adolescentes los discos de Fran Perea sino por culpa de las hormonas?

Mi primera relación se rompió porque le gustaban demasiado los principios, y después de 4 años... como que pegaba más un final. La segunda se rompió porque le gustaban demasiado los sábados de copas; y los viernes, y los jueves, y los domingos... La tercera fue por culpa de la play; y mira que intenté aprender a jugar al proEvolution para que tuviéramos algo más en común que la palabra cari, pero no hubo manera. Desde entonces siento una especie de resignación a quedarme sola para siempre, o a ingresar de verdad como Benedictina.

Sinceramente me parecía imposible conocer a alguien con quien entenderme como espero. Peeero me he vuelto a emparejar. Llevo un tiempo saliendo con un chico, pero me da miedo pensarlo, escribirlo, decirlo o que se me note demasiado, por si la cago de nuevo. Tenía una amiga que estaba deprimida porque nunca tenía con quien ir a las bodas; siempre le preguntaban que cuando se echaría novio. Yo, en cambio, temo que me inviten a una por si me dicen eso de ¿éste tampoco?

Pero esta vez parece diferente. Creo que he encontrado a mi media naranja. Siempre he pensado que el amor es cosa de ir probando gajos, y gajos, hasta que se acabe la naranja entera. Que es una putada para el planeta seguir trayendo nuevas personas al mundo. Que para no contribuir con esta barbarie contra la dignidad y la libertad jamás hay que tener nada que ver con bancos, euribors e hipotecas. También estaba convencida de que no existiría sobre la tierra alguien del sexo opuesto, guapo, inteligente, sensible, con sentido del humor, que no le gustara el fútbol ni la play, ni salir de copas, que fuera parecido a mí, que le gustaran también los enmedios, que fuera dulce, cariñoso, divertido, y que encima yo le gustase con tooodos mis defectos.

Estoy preocupadísima. Desde que conocí a esa persona ideal no hago más que pensar en hipotecas, bebés, vecinas y pucheros. He ido a comprarme ropa ya tres veces. Hasta me entra cosilla cuando veo las fotos de boda en las tiendas de fotografía, con la grima que me han dado siempre... y el otro día me tragué el video de boda de su tía que duraba ¡dos horas!. Cuando veo un bebé me lo imagino con su cara, y babeo con esos zapatos tan pequeñitos. ¿Qué me pasará? ¿serán las hormonas de los 30? ¿los polvos nuevos? ¿qué coño es ese repelús que me sube por los codos y me pone cara de tonta? ¿el amor se siente en los codos? ¿Por qué me cuesta tanto ser yo la que cuelga el teléfono? Estoy enferma, no cabe duda: me he enamorao.

¿Pero cómo no iba a hacerlo? Los viernes los pasamos viendo pelis o leyendo juntos poesías. Nos abrazamos. Los sábados vamos de excursión, o a hacer fotos. Nos amamos. Por las mañanas vemos los dibujitos. Hacemos comidas ricas. Paseamos. Desbaratamos el mundo para volverlo a arreglar. Conversamos. Le interesan mis cosas, me interesan las suyas. Compartimos, aprendemos. Echamos polvos. A veces no los echamos. Sus defectos me parecen maravillas, los míos lo enamoran. Se pasa ratazos haciéndome cosquillitas, y encima le parezco la chica más guapa del mundo.

A los dos nos consideran -sigo sin saber por qué- raros; a los dos nos decían que teníamos complicado encontrar alguien afín. Pero mi querido refranero popular vuelve a ganar la batalla: siempre hay un roto para un descosido.

p.d: Te quiero de aquí a Potes a la pata coja con un chino en el zapato bordeando por to el Camino de Santiago en pleno Agosto, niño
(Es que también lee mi blog... Eso sí que es amor)

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Volver a nacer





Me siento tan ligera como las de los anuncios del Kellog Special K después de su plan quincenal para acercarse un poco más a la anorexia, y eso que me acabo de zampar un bocata mortadela... No es porque haya superado un caso de estreñimiento agudo, tampoco es que me haya apuntado al gimnasio, ni siquiera a un curso de meditación levitadizadora. Nada de eso. Vengo del banco, de cancelar mi cuenta.

Los cajeros -los amaestrados, no los automáticos- no se lo podían creer:

-¿Cómo te vas a quedar sin tarjeta de crédito? Eso es que tienes una cuenta en otro sitio, ¿no? Anda mujer, y por qué no borras la otra y sigues con nosotros, que nos tienes tan cerquita...

- Que va, que va, quiero cerrarla. Porfavor, denme los 27 euros que me quedan, y la cierran.

-¿Has tenido algún problema con nosotros?

-Si me hablais como representantes de una institución financiera creo que la respuesta sería demasiado larga y maleducada. Dejemoslo en que no tengo liquidez, ni ingresos, ni perspectivas de tenerlos.

-Vaya, lo sentimos. Esperamos que las cosas vayan mejor, y que cuente con nosotros de nuevo en ese caso.

-Si, me imagino que contar con ustedes ahora sería un poco ingenuo...Pero no se preocupen, de verdad. ¡Si estoy mejor que nunca!

Las miradas de los que hacían cola detrás de mí se clavaron en mi nuca, y al volverme pude notar cómo me miraban de arriba a abajo. Casi igual que mis compañeros de la Universidad, por seguir llevando rayas y pantalones anchos ahora que se han puesto de moda los cuadros y los leguins.

Mientras contemplaba la escena de unas tijeras enormes acercándose a mi extarjeta de crédito me empecé a sentir como cuando el protagonista de Un hombre sin pasado emprendía una nueva vida como persona indocumentada. Libre y felizmente indocumentada. Casi le propongo al cajero que siguiera con la matanza de mi DNI, pero no era plan porque a la policía le tengo casi más miedo que a los bancos.

Y así salí de la entidad: con la sensación de haberle pegado una patada en el culo a las comisiones, a los euribors, al capitalismo, al liberalismo, y sobretodo al usurismo y al sinsentido timo de la economía globalizada. Parada y sin un puto duro, sí, pero triunfante. Y ligera.

Era lo único que me faltaba para volver a ser persona después de haber cancelado semanas antes la cuenta del móvil. Por fin dejaba de ser un número más en la lista de los adoctrinados ciudadanos de la sociedad del bienestar. Volvía a sentirme yo, una persona con cara, uñas, pelo, culo, sentimientos, historia vital. Yo, la vecina del cuarto, la de las perras, la hortera que lleva la misma ropa desde hace tres o cuatro años.

 

Desde luego, después de dejar de tener móvil y banco, me siento casi como recién nacida. Vuelvo a esconder mis ahorrillos dentro de algún libro, en este caso uno de Ernesto Sabato que viene al pelo, La Resistencia. Vuelvo a ejercer la picaresca de sisar en la compra y hacer chapuzas y curros buscavidas cobrados en negro. Vuelvo a charlar con la gente bajo la luz de una farola con un paquete de pipas, en vez de por el móvil o el messenger. Y desde luego sí que voy mas ligera, y no sólo porque me haya quitado peso del bolso, sino porque ahora ya ni tendré por qué llevarlo.

PELÍCULA "CONCURSANTE" (MUY ENTRETENIDA, ORIGINAL E ILUSTRATIVA):