Siempre me gustó este mes, el de la
emoción de la vuelta al cole, y la segunda oportunidad para realizar -esta vez
en serio- los buenos propósitos que nos juramos llevar a cabo en fin de año
-aunque ya para lo que queda mejor esperarse un par de meses...-
Es la fecha de la melancolía por el
verano que se apaga, y de los contrastes. Como el de mi tono
blanco-transparente de estudiante jodida con el bronceado-luminoso de pija
despreocupada a la vuelta a la facultad. O la indiferencia de los también
melancólicos obreros hacia los chubasqueros, que sin embargo semanas atrás me
gritaban sus -niñaaa, qué alegria de veranooo- porque no hay nada como enseñar
un poquillo de muslo o pechuga para que la tengan en cuenta a una.
Lo mejor es que se acabaron muchísimas
complicaciones. Como las verguenzas en el mercadona intentando camuflar mi
parecido con Macario cuando bajaba a comprar de prisa y fresquita sin haberme
pasado revista. Y sobretodo que deja de ser necesaria la búsqueda de
estrategias para pasar desapercibida.
Y es que tras la primera prueba del
biquini, y después de haber visto tantos anuncios de Kellogs special K, te das
cuenta de que no eres como las demás y buscas algún plan de acción rápido y
efectivo para encajar. El mío fue espiar en el mercadona a las buenorras para
robarles sus secretos. Calabacín en carro las seguía por todo el súper hasta
que la sección de barritas dietéticas me dió la clave, y un bronceador sin sol
"que es el mejor aliado para los primeros días del verano, tía, y de Dove,
para mujeres naturales como nosotras, tía".
Una vez en casa, despues de depilarme
hasta el entresuelo, con cera hasta en las orejas, ya pensaba que la cosa quiza
era más fácil de lo que pensaba. Lo malo fue al día siguiente, que me desperté
con pinta de zanahoria sucia y un dolor de barriga que no veas de las catorce
barritas que tuve que zamparme pa quitarme un poco el hambre.
Muy idealista como siempre, pensé...
-Bueno, ya está, mejor me voy a la playa,
que es más sano, y encima puedo meditar sobre este arrebato superficial que me
ha entrado observando el mar-
En el autobús, el olor a humanidad del añorado verano casi me hace desistir. Para colmo, al llegar a la playa comprobé que todo se complicaba. Tenía que buscar un buen sitio, que en resumidas cuentas se reducía a que no hubiera hombres jóvenes alrededor, y a ser posible tampoco mujeres. Los viejetes son mucho más agradecidos, dónde va a parar. Ya a estas alturas de la vida se conforman con mirar cualquier cosa, y porque una tenga un trasero exuberante no van a menospreciarte, si acaso pensarán que estás mejor alimentada.
Así que pensé poner mi toalla junto a un
grupo de alegres ancianos, de los que uno, con una amabilidad pasmosa, me
dedicó unas cariñosas palabras de bienvenida cuando me decidí a plantar la
sombrilla a su lado:
-¡¡Estás rellenaaa, niñaaa!!-
-Joderrrrr, ¡¿tan dificil es pertenecer a
este mundo?!-
Recogí mis cosas mosqueada con el puto
viejo, pensando en cómo podría ponerme rápido suficientemente buena, y en el
trabajito que cuesta implicarse en el arduo juego de las relaciones sociales y
los días de playa. Por fin divisé mi sitio a lo lejos: una chica que parecía
una ballena moribunda allí espatarrada me haría parecer Claudia Schiffer a su
lado y sentirme como Rachel Welch saliendo del agua.
De vuelta a casa, con la piel chamuscada, el pelo tieso y el ánimo otra vez por el suelo, ideé un plan para sobrevivir al verano. No podía redimirme a las imposiciones de la moda ni a los cánones de belleza vigentes. La solución estaba dentro de mí, sin duda: tendría que pillarle el sitio a la gorda si quería ser una chica morenita y favorecida, y comer solo barritas desas. O esperar pacientemente a que llegara Septiembre...
Septiembre...siempre me gustó este mes.