sábado, 29 de noviembre de 2008

Sin humor no hay sabiduría


Cuando me sentí cansado de parir obras que eran sólo espejo de mis egos, abandoné durante dos años el arte. Al olvidarme de mí mismo, me cayó encima el dolor del mundo. Envueltos en su laborioso acontecer, no siendo sino pareciendo, los ciudadanos, como yo, habían perdido la alegría de vivir.

Amortiguados por drogas, café, tabaco, alcohol, azúcar, exceso de carne, desengañados de la política, la religión, la ciencia, la economía, las guerras «patrióticas», la cultura, la familia, tristes animales sin finalidad con máscaras de satisfechos, nos paseábamos por las calles de un planeta al que sabíamos que poco a poco íbamos envenenando. La enfermedad de nuestra sociedad era profunda. Un antiguo cuento chino me sacó del abismo:
Una gran montaña cubre con su sombra una pequeña aldea. Por falta de rayos solares los niños crecen raquíticos. Un buen día los aldeanos ven al más anciano de ellos dirigirse hacia los límites del pueblo, llevando una cuchara de loza en las manos.
–¿A dónde vas? –le preguntan. Responde:
–Voy a la montaña.
–¿Para qué?
–Para desplazarla.
–¿Con qué?
–Con esta cuchara.
–¡Estás loco! ¡Nunca podrás!
–No estoy loco: sé que nunca podré, pero alguien tiene que comenzar

(Jodorowsky)

 

viernes, 28 de noviembre de 2008

La conquista de la inocencia


Nació abriendo los ojos fuerte y se buscó el rincón más alto. Luz debajo de las mantas, una tienda de campaña donde se escondía de los de afuera. Jugaba a las cosquillas y los besos de mayores, a decir palabras feas y a cantar por un micrófono que ya ni funcionaba.

Cuando se veía desde fuera y llegaba la vergüenza se hacía la invisible. A veces se doblaba el lóbulo de las orejas hacia dentro, introduciéndolos en el orificio del oído hasta que se pasara el gordo fresquito. Le gustaban los botes con botones y el olor del pegamento. Sus tesoros eran tres canicas y un poco de mercurio. Odiaba la clara de huevo y la laca.

Tenía una amiga al final de la calle. Volvía a casa corriendo, y en el portal tomaba fuerzas para subir más deprisa huyendo del miedo. Se ponía flores en el pelo y llevaba siempre colgado un bolsito encontrado donde guardaba todo lo que seguía encontrando. Fabricaba pulseras de lana trenzada y las vendía poniendo cara de pena para comprarse galletas. Se sentía libre en los descampados. Hacía hogueras, estudiaba a los bichos, y jugaba con el perro que luego la acompañaba al colegio.

Aprendió a leer antes que nadie, y se bebía los libros que la salvaban de la vulgaridad de siempre.
Cuando llovía fingía darle fobia las lombrices para que alguien la cogiera en brazos. Aunque tímida, hablaba con todo el mundo. Hacía visitas por sorpresa, regalitos, y cambiaba de amigos cada seis meses. Contaba el número de veces que pasaban coches rojos, y usaba sujetador aunque no tuviera pecho.

Lloraba con el corazón encogido el primer y el último día en los campamentos. Tiraba desde su infinita ventana mensajes enrrollados en lápices de colores, e imaginaba las vidas de las luces a lo lejos. Se encogía con los problemas, hasta que se reía de ellos sintiéndose fuerte. No soportaba las rivalidades y los egoísmos desmesurados. Quería que todos fuéramos compañeros y se frustraba mucho al ver la imposibilidad de ese sueño.

Quería ser mayor para trabajar y tener dinero. Con su primer sueldo se compraría una tarta enorme de merengue para meter la cara dentro, cien libros y películas, y muchos cepillos de dientes. Un día se encontró mil pesetas y invitó a una desconocida a comer perritos calientes.
Odiaba el tabaco y el café la ponía mala. En cambio, probaba la savia divinorum para alcanzar una nueva dimensión sensible, y los hongos para ver si era verdad eso de que uno se reía mas rato.

Se pasaba la vida dentro de los libros, la música y las películas. Cada cierto tiempo salía por si aquella vez sí merecía la pena compartirse con otros seres. Alquilaba familias, casas, camas, sonrisas y caricias. Y cuando se cumplían los contratos volvía a empezar de nuevo. Tenía complejo de forastera y ocupa, quería tener su propia familia, casa, cama y sonrisa.

Un día ya no quiso intentar nada de nuevo. Pero la tentación por las historias, típico de poetas fallidos de existencia, la sedujo de nuevo y como nunca... hasta darle un puñetazo en el estómago y los sesos, en la poquita inocencia.

Ahora se niega a tirar la toalla. La vulgaridad oprime y desespera. Pero aún confía en las almas errantes ajenas de miedo y verguenzas, que acabarán por unirse al fin desprovistas de tanto vacío y recelos.

 

sábado, 1 de noviembre de 2008

Amores platónicos


Las imágenes de las fans de los beatles o el dúo dinámico, a pesar del mal rollo que daban, tenían su aquel. Cientos de niñas locas e histéricas por tener cerca a sus ídolos, pero al fin y al cabo se veían modosita, y en blanco y negro. Las de ahora no sé de qué color serán, solo sé que soltarme en medio de un concierto de Haze o de Bustamante es una de mis más recurrentes pesadillas.

 

 

Ya con mis vecinas notaba una gran diferencia. Ellas me hablaban de sus suspiros por Glenn Medeiros, Rob Lowe o los New Kids on the block. Yo por las noches me lo montaba con el cantante de Europe, George Michael :S, o uno de un cromo de fútbol que me salió en las pipas, Juan Carlos, del Athletic de Bilbao. Nada que ver con ídolos típicos para soñar a jugar a los médicos o las casitas, pero es que me hubiera servido hasta el Fari en esa época. Si con el mundo interior que ya tenía, me volaba la imaginación hasta límites tan elevados que la proyección mental de las sensaciones era lo de menos.

Luego me emplatonicé del profesor de ciencias del instituto. Se que el de gimnasia estaba cachas, y decían que se liaba con las alumnas y todo, pero a mi el que me pillaba más a mano era el de Ciencias, que lo pillaba con mas ganas además. Era un hombre de mirada triste, serena, paradójicamente parecía feliz. Medio calvo, cuarentón, con unas cejas a lo Zapatero, y pegado a una nariz. Me enamoré de él un día que nos llevó de excursión a toda la clase. Fuimos en el autobús urbano hasta la afueras de la ciudad, y desde allí recorrimos una ruta atravesando terrenos en los que podíamos apreciar no sólo los diferentes estratos, rocas y minerales, sino la sensación de sentir su olor, su tacto, y ser conscientes de la maravillosa oportunidad de tener al alcance de la mano eso que solo habíamos visto en los libros y las películas, ahora convertidos en una realidad completa y suprema. Eso sí que es ser profesor, pensaba yo a la vuelta. En el autobús, ya oscurecido, me regodeaba también pensando que tendría una vida muy triste, con una mujer siempre con jaqueca, y él harto de aguantar niñatos. A veces soñé despierta en clase, mientras explicaba, que descubría en mí una chica joven, pero nada tonta, con muchas ganas de escucharlo, contarle cosas y por qué no darle algún buen rato.

 

 

No entiendo la manía de enamorarse de una figura mediática. Rizos, caras de malo, cuerpos inflados, voces clamando a un amor falso. A mi me gusta la gente interesante, donde va a parar, hasta para irme a la cama. Si mi contacto con el sexo opuesto estuviera motivado por el puro morbo de satisfacer un calentón, como pasa a una gran mayoría, para eso me llamo al telemulato o salgo a tomarme un gintonic y acabo antes. Dónde han quedado las seducciones y los misterios, saborear los momentos haciéndolos especiales. Seleccionar a la víctima. Y buscarla dentro de un círculo mentalmente interesante, cercano y sano.

 

El verano pasado tuve varios shocks platónico-amorosos. Una tarde estaba en el paseo marítimo con mi mierdecilla de bici y Rayuela, al sol. Levanté la vista y en el banco de al lado había un chico que era Cortázar con muchos años menos. Su hijo, pensé. O él, qué mas dá. ¿Le gustaría leer sus propias novelas? ¿Las conocería?. Se levantó para irse, así que tuve que perseguirlo para intentar averiguarlo. Dejé que andara un rato y empecé a seguirlo con la bici, parando de vez en cuando para que no se diera cuenta. No sabía cómo acercarme a él para no asustarlo, así que aceleré y me adelanté hasta el cine. -Si viene al cine, me lanzo, si no, paso de largo-. Dejé corriendo la bici dentro del cine, y salí a esperarlo sentada en la puerta. Y sí, pasó por alli, pero pasó de largo.

 

 

Este otoño, ya recuperada de tanta tontería, iba un dia andando con el mp3 hacia la biblioteca, cuando junto a mi lado, en el paso de peatones, se paró un tío que era igualito a Djavan. En ese momento del mp3 empezó a emanar su canción Nem um dia frio. Así que algo dentro de mí literalmente me obligó a perseguirlo para ver donde iba. El tío pegaba zancadas de dos metros, así que en determinado momento lo perdí de vista. El corazón, encogido y animado, me lanzó a pegarme una carrera para encontrarlo. Y a lo Lola, corre Lola allí que iba yo pensando en lo cansada y lo loca que estaba. Dentro de la biblioteca, cuando ya pensaba que me había perdido la oportunidad de conocer a mi Djavan de delirio estival, él también estaba allí y se dirigía hacia mi, y sería por algo. Lo esperé mirándole a los ojos, que en ningún momento se acercaron a los mios, y cuando pasó por mi lado me pegó en empujón que casi me estampa contra la enciclopedia de historia.

 

 

Historias las que me monto, que hay que ver qué malo es tener tanta imaginación.