miércoles, 14 de febrero de 2007

San Valentín





San Valentín... ¡Qué bonito día! Me gusta casi tanto como la Navidad. Además, me parece la ocasión perfecta para conocerte a ti misma un poco mejor.

La victimista: qué sola estoy, ¿por qué a mi nadie me quiere?. Soy guapa, lista, simpática, limpia, apañá... Y mira la Inma, con lo gorda que está, ese bigote, que no sabe hacer ni la o con un canuto, y ¡¡hala!! siempre con novio la tía perra, ¡no lo entiendo!. Será mi sino...

La jodida: ¿Será cabrón el tío cerdo éste asqueroso? Es que ha pasao hasta de quedar conmigo hoy..., y vale que ya llevemos tres años y la pasión se afloja, pero joe, tampoco es tanto tiempo, y tan estropeá no estoy, solo he engordao ocho o diez kilos...
Desde luego, que poco detallistas son los hombres.

La liberada: ¡qué suerte tengo de estar sola! ¡Anda y que se vayan todos al carajo! Me encanta ser libre e independiente, poder hacer lo que quiera cuando me de la gana, sin tener que dar explicaciones, aguantar reproches, celos o partidos de fútbol. Puedo hacerme trencitas con los pelos de las piernas, ponerme bragas de cuello vuelto y eructar tan tranquila después de comer. ¡Ahora puedo decir que estoy viva!

La masoquista: Voy a ir a dar un paseo, no soporto quedarme sola en casa un día como éste. Aunque tenga que ver parejitas por donde quiera que voy, ahí todos cogiditos de la mano, inundando los parques y los restaurantes, con esas caras tan felices, haciéndose mimitos, que parece que el mundo se ha parado a su alrededor...

La recién ennoviada: Voy a prepararle una cena afrodisíaca en mi casa, luego me daré un baño de burbujas, llenaré la habitación de velas, pondré música sensual. Hasta me prepararé un streptease para después de la cena. Y no se me pueden olvidar las fresas y el champán, y la nata... mmmmm

La cazadora: Tengo que comprarle algo que lo deje estupefacto, que piense..."qué mierda de regalo le he hecho a la pobre, la próxima vez le regalo el anillo".

La resignada: Cariño, pero si a mi estas cosas me parecen tonterías, claro que no me importa que no me hayas comprado nada...

La idealista: Mira Jose, vale que me quieras mucho, vale que no puedas evitar el estar inmiscuido de lleno en esta asquerosa sociedad consumista y borrega, pero ¡¡¿cómo se te ocurre regalarme flores muertas?!! Además, para la próxima, y si tanta ilusión te hace el rollo éste, me haces un regalito cualquier otro día menos el 14 de Febrero, ¡por favor!. Y que no se te olvide... ¡las flores en maceta!

La práctica: -Joe, no creo que pueda soportar de nuevo un jersey de lunares o una cartera de snoopy, tengo que hacer algo-
Cari, ¿hacemos este año un juego por San Valentín? Verás que divertido: nos vamos al Corte Inglés, y allí nos separamos para buscar algo que nos guste mucho, mucho. Luego nos encontramos a una hora en la entrada, y vamos a comprarnos el uno al otro lo que hemos elegido, ¡¿vale?!


Lógicamente he pasado por casi todas las facetas antes comentadas, y algunas otras que gracias a Dios he conseguido olvidar, pero lo que todas han tenido en común es una cosa: el fracaso.

1. La primera vez.
Fue con mi primer novio reconocido, que no mi primer amor. Todos los días me decía lo afortunado que se sentía de tenerme como novia, mediante poemas, cartas -muchas cartas-, peluches -muchos peluches- o largas -largas, muy largas- charlas de tarde en los bancos de la plaza.
A los seis meses de salir juntos, a pesar de la envidia de mis amigas, y tras cajas y cajas llenas de poemas, dibujos, cartas, cuentos, peluches, y regalitos, yo -la verdad- ya andaba un pelín empachada de novio. Pero llegó el día de San Valentín, y mi súper novio me había prometido una súper sorpresa inolvidable.
Estaba yo esa mañana en clase tan tranquila, escuchando con los cinco sentidos a mi entretenido profesor de historia, cuando de repente llaman a la puerta. Un chico vestido de angelito cuya cara me era muy familiar asomaba su socarrona cara. No era mi novio, no, menos mal, pero sí el chalao de su amigo, el cual se introdujo resuelto en la clase con las manos llenas de sobres.
Yo, mirando hacia abajo -como si así nadie pudiera verme- crucé los dedos para que nada de aquello tuviera que ver conmigo. Pero enseguida mi nombre retumbó en la sala, y un montón de vítores y aplausos me pedían burlones y malévolos que me levantase.
Con la sonrisa más forzada que he puesto en mi vida cogí aquellas cartas, una por cada mes que habíamos estado juntos, y cuando me senté en mi pupitre dos lágrimas se me escaparon.
Sé que muchos pensaron que lloraba de felicidad, pero no fue así. Lloraba porque después de todos aquellos meses, todas aquellas cartas, todos aquellos poemas, palabras de amor, y peluches, supe que jamás podría llegar a enamorarme de aquel chico que tanto me quiso.


2. El amor ¿?
Mi segundo novio pasaba de mí como de la mierda. Enamoradita perdida me tenía.
El día de San Valentín lo llamé para saber si íbamos a vernos.
-Mi madre no me ha dejado dinero- le dije, -si pudieras venir tú para pasar la tarde juntos, cariñito...-
Me contestó, con su acostumbrado interés y amabilidad, que tenía cosas que hacer y que tampoco tenía dinero. Yo, resignada y enamorada hasta el tuétano, decidí que tenía que ir a verlo como fuera.
Una vez en su pueblo, nos fuimos a dar un paseo. Ya caída la tarde, se ve que el muchacho sintió hambre, y al pasar por un Mcdonald entró para comprarse algo de comer con el dinero ese que decía no tener.
Muerta de hambre, miraba como mi amado novio se ponía las botas delante de mí sin ofrecerme nada. Cuando estaba a punto de acabar me dijo: -¿quieres patatas, que no me las voy a comer todas?-
Yo, intentando que mis tripas no me delataran, le contesté que no tenía nada de apetito, pensando en lo mono que estaba con sus rizitos rubios y la boca llena de mayonesa.

3. La definitiva.
¡¡Por fin un novio normal!! Uf, qué alivio, esta vez seguro que no fracasa el día de San Valentín.

Primer San Valentín: no se acuerda. Quedo con el novio nº 1, que todavía tiene cartas para darme.

Segundo: se lo recuerdo cada 5 minutos para que no se olvide, y el señalado día vamos a una hamburguesería. -Al menos me invita..., ¿eh?-

Tercero: Ohhhh, ¡¡muchos regalos!! ¡¡esto es amor!! Un jersey muy....muy mono - que usé para dormir-, un reloj muy...muy blanco de plástico -que descambié por un despertador-, y un libro -con ese sí acertó, menos mal- .

Cuarto: ¿Y si nos ahorramos el dinero de la cena y nos quedamos en casa tranquilitos, amorcito? No hay nada como la tranquilidad del hogar...

4. La solución.
Después de haber mandado a la porra a la resignada, la práctica y la idealista, y de sentirme bien jodida, masoquista y victimista, llegó por fin la liberación, y con ella, muchos años de San Valentín con mi ex, el último, y sus respectivas cenas y muchos regalitos. Pero ya como amigos, con pelos en las piernas, bragas de cuello alto, eructos, tranquilidad, y un buen rollo que no os podéis imaginar. Y es que hay otros tipos de amor y otros tipos de San Valentín, ¿eh?






jueves, 8 de febrero de 2007

Un duro golpe





Esta mañana he tenido el disgusto más grande de toda mi vida.

Al despertar, todavía medio atontada, el espejo reflejaba un rostro que sin duda no me pertenece. Ojeras, bolsas, ¡¡que mala cara!!, y unos pelos...

- ¿Dónde ha quedado aquel cutis terso, como de porcelana, y aquel cabello sedoso que tenía a los 15 años? -

Con ánimo de espabilarme, y para evitar que asomara la incipiente depresión pre treintena que se me avecina, empecé a echarme agua fresca. Ya más aliviada, al ir a secarme, me acerqué un poco más al espejo atraída por unas graciosas marcas a los lados de los ojos.

-Anda, se me han quedado las sábanas marcadas en la cara, jajajaja, siempre me ha hecho gracia eso. A ver si dándome con la toalla se me borran...- Pero aquello no se iba ni patrás.

 

Sin darle más importancia, me dirigí a la cocina a prepararme el desayuno, y al volver para vestirme, aquellas marcas seguían alli.

- Ayyyy, noooo, ¡¡¡no puede ser!!!. ¿No serán..., no serán...?-
La palabra arruga no quería salir de mi boca.

Mi madre, muy graciosa y animada, estaba espiándome desde la puerta.
- ¿Te han salido patas de gallo?. Jajajajaja, ¿tan pronto?, jajajajaja -

Sentada en el water con los hombros caídos y la mirada perdida, hundida, sentí que mi madre -que se estaba riendo salvajemente a carcajadas- era el mismísimo diablo. De un portazo le cerré la puerta del baño en las narices, necesitaba con urgencia un momento de reflexión conmigo misma.

- Anda, anímate tonta. Si no estás tan mal... -
La pose a lo Angelina Jolie, mirada felina y labios hacia fuera, me favorecían lo suficiente como para decidir seguir con mi vida.

Al bajar a la calle, noté que un viejecito venía hacia el portal con un apurado pero lento paso que me recordaba al anuncio ese de "las muñecas de famosa se dirigen al portal.."
- Pobrecito -, pensé , - lo hecho polvo que está y lo contento que parece. Desde luego, es que hoy en día a los viejos no los quiere nadie. Seguro que nadie lo espera nunca al pobre con la puerta abierta -

Decidí aguantar pacientemente hasta que llegara, y cuando iba entrando me dijo cortés:
- Muchas gracias, señora, muy amable -

- ¡¡¡¿¿¿Señoraaaa???!!! . ¿¿Señora de quéee??. Será asqueroso el viejo éste, venirme a decir a mi señora.., ¡¡¿pero él se ha visto?!! -
Indignada me fui al mercadona a comprar calabacines.

En el supermercado todos los espejos parecían mirarme maliciosos. A cada esquina que cruzaba con el carrito, ¡zas!, allí estaba uno reflejando mi cara.

 

Harta de la situación, cogí velocidad y medio volando me dirigí al pasillo de congelados, que allí estaría a salvo. Después de un rato rebuscando entre los revueltos de verduras, al levantar la vista, el dorso de una lata de tomate sin etiqueta - seguramente colocada allí para vigilarme- volvió a mostrar mi rostro, esta vez deforme, surcado por decenas de rayitas horizontales que me hacían parecer una peonza.

 

- Se acabó. ¡No van a poder conmigo! -

Me fui al pasillo de belleza y me compré una crema antiarrugas para mayores de treinta años.

 

- Sí, ¿qué pasa? Ya no soy una niñata, ¡ahora soy una mujer interesante! - y haciéndole burla al espejo, me dirigí orgullosa hacia la caja.

 

Al pagar, la joven cajera me agradeció amablemente mi compra.

- Muchas gracias, aquí tiene USTED su cambio -

martes, 6 de febrero de 2007

Yo ¿anticonsumista?




Soy una declarada y profesa anticonsumista.

Siempre ando peleando con todo el que compra cosas absurdas. Gastar por gastar, qué manía.
Se defienden alegando que cada uno con su dinero hace lo que le da la gana, pero...no creo que solo entren en juego las "pudiencias" personales o los caprichos, ¿que hay de todo lo que el consumismo conlleva?

Sobrexplotación salvaje de los recursos del planeta, miles de fábricas clandestinas, explotación laboral de millones de personas, y un largo etcétera. Consecuencias nefastas y atroz sinsentido lo mires por donde lo mires.

Prometo –mis pintas pueden corroborarlo- que puedo sobrevivir perfectamente -¡faltaría más!- con dos pantalones, una falda y unas pocas camisetas, y se divertirme de lo lindo sin un euro en el bolsillo. Por supuesto, me importan un pimiento las marcas, me encanta comprar en el Lid del barrio, y jamás, jamás entro en las tiendas de todo a cien.
- ¿He dicho jamás? -

Ayer, de vuelta de la biblioteca, pasé como de costumbre por los chinos de la avenida. Siempre miro con desdén a las marujas que compran allí todos los días, pero en esa mañana reinaba una tranquilidad inusual en ese tipo de comercios. De repente mis pasos se ralentizaron y, atraída de un modo casi diabólico, me acerqué al escaparate. Una ovejita de peluche me miraba apenada, como diciéndome..."llévame, llévame de aquí, que estos con lo raro que hablan ni palique me dan pa que me entretenga".
Dios, que pena, de verdad. La ovejita, tan mona, con su gorda barriguilla, esas orejas tan pequeñitas, y unos ojos negros y vivos, me pedía que la rescatase de su encierro.


- Ovejita, es que mis principios me dicen que estás hecha por algún niño esclavo en un país lejano, y no sabes lo mal que me sentiría de saber que estoy contribuyendo a tal ignominia...Además, si me ve cualquier conocido, después de la lata que doy para que no compren aquí, se me cae el pelo -

-Pero si total, ya estoy hecha, y hay un montón más como yo ahí dentro, por una menos ni se notará. Entra rápido, cógeme del escaparate, y ya está, verás como no pasa nada - Replicó la peluchosa ovina.

Saqué las gafas de sol del bolso, y con una rápida mirada a ambos lados de la calle, me dispuse a entrar, con el corazón que se me iba a salir del acelerón. Una vez dentro, agaché la cabeza a modo de saludo y agarré a la ovejita del escaparate. Iba a pagar enseguida, pero la música me hizo detenerme un instante.

-Ay, qué gracioso, hasta canciones chinas ponen... -

Los largos pasillos me invitaban a entrar ofreciéndome un anónimo cobijo entre sus estantes. Empecé a sentirme como Alicia en el país de las maravillas. Cientos de objetos de llamativos colores atraían mi atención haciéndome abrir los ojos, incluso la boca, maravillada. Cajitas con flores, lindas muñequitas, imanes para el frigorífico, cintas para el pelo, libros, juguetes, velas, inciensos, coño, un colador, con la falta que me hace.

Al pasillo del material de papelería no me pude resistir, cuántas libretas bonitas, bolígrafos de colores, y carpetas de todos los tamaños. Estaba ensimismada eligiendo cual de ellos llevarme, con la ovejita y el colador debajo del brazo, cuando a través de las cajas de lápices vi que había entrado el novio de mi prima. Uff, que sudores. - ¡¡¡Me va a pillar!!! -

Agarré fuerte lo primero que me pareció, y salí diligente hacia el mostrador para pagar, antes de que se percatara de mi presencia. La dependienta me sonreía como con recochineo - ¿tanto se notaba que había renegado de ellos? -

Justo cuando me disponía a salir con la prueba superada, el novio de mi prima me saludó desde dentro de la tienda. -Eyyy, ¿qué pasa?-

Yo, con aire distinguido, levanté la mano a la vez que salía de allí, con una sonrisa de fingida dignidad, acojonada por la que se me venía encima, pero feliz como una niña con zapatos nuevos con mi ovejita, mi colador, y mis tres libretas. Y solo por 3,60 euros.
 

lunes, 5 de febrero de 2007

La súper hormiga




En estos tiempos de superhombres, superempresarios, supermodelos y superfamosos, yo me siento cada vez más una pequeña, anónima e ignorada hormiguita.


Por las mañanas me despierto temprano y a pesar de ello de buen humor. Me ducho, desayuno un buen tazón de cereales, y salgo de casa hacia el trabajo. A pesar del fresco olor a gel de baño y colonia de la buena, y de mi explosiva sonrisa listerine, ya noto que el portero intenta esquivarme para evitar realizar el gruñido mañanero que siempre he traducido -con el optimismo que me caracteriza- por buenos días. Compro el periódico y en un intercambio automático, sin siquiera mirarme, la kiosquera saca la mano para que le eche el dinero de siempre. Paso por las eternas construcciones de mi calle y los obreros no se voltean a decirme alguna burrada, y la verdad, eso ya si que es preocupante.


Cabizbaja e insegura, en el autobús le sonrío al pasajero de al lado con el útimo gesto esperanzador de contacto social recíproco, pero nada, como mucho consigo una mirada de arriba abajo y a seguir mirando hacia el infinito de la ventanilla.

- ¿Será mi nueva faceta existencialista que me ha puesto cara de pedante? . Ay, madre mía, ¡¡¿No será que me estoy volviendo invisible?!! Sí, como le pasaba a Chihiro en la peli, porque estaba olvidando quién era. Joe, qué angustia. Aunque bien pensado, mmm, puede ser interesante, podría espiar a mi ex o colarme en los vestuarios masculinos del gimnasio. Incluso puede que tenga super poderes que aún no he descubierto... Bah, mejor dejo de pensar tantas tonterías, que tengo que darme prisa -

Al llegar al trabajo el jefe me llama, y aunque sea para putearme porque he llegado tarde de nuevo, se me escapa una sonrisa de alivio al comprobar que aún existo. La Moni, mi compañera de mesa, corrobora la feliz teoría diciéndome lo mucho que le gusta mi falda nueva. Si es que no hay nada como las falsas amigas para subirle el ánimo a una.

En el descanso me dirijo a la cafetería con mi libro de Borges debajo del brazo, pero al darme cuenta del error intento taparlo con el jersey.

- ¿Cómo me van a aceptar socialmente de esta guisa?. ¿No hubiera sido mejor comprar el del Bridget Jones?

Tengo que hacer algo urgentemente, mi vida es un auténtico fracaso. Quiero que me inviten a fiestas, pillar cacho de vez en cuando, que me paguen las copas, poder levantarme a las once y solo preocuparme de estar guapa. Todo sería diferente si fuera conocida, la gente me saludaría, querrían disfrutar de mi compañía, hasta me reirían las gracias. Lo tengo decidido, tengo que hacer algo a lo grande: tengo que salir por la tele. Quiero ser como Nuria Bermúdez -

Vuelvo a casa en el metro, y la ancianita de enfrente me cuenta casi gritando el miedo que le da entrar y salir de aquel transporte. Me ofrezco a ayudarla cuando llegue su parada, y en el momento de levantarse aparece un joven de mirada serena, cabello desordenado y gesto cortés que coge a la ancianita del otro brazo para ayudarme a bajarla. En su asiento la primera edición de "Crimen y castigo", en mis ojos un brillo que casi lo atraviesa.

- ¿Cómo te llamas? - Me pregunta amigable.

- ¿Yo?- Sonrío satisfecha. - La superhormiga -

 

 

 

 

domingo, 4 de febrero de 2007

De cómo me vi inmersa en el existencialismo




 

El otro día iba caminando de vuelta a casa, pensando absorta en qué habría ese día para comer. Mi manía de ir mirando hacia el suelo me hizo fijarme en un caracol muy grande que, no se me ocurre cómo, se encontraba “concharriba”.
Seguí andando rápido, diligente, en mi afán de llegar pronto para descubrir qué nuevos manjares satisfarían mis papilas gustativas, pero algo me paró en seco.

- Pobre caracol, no creo que él solo pueda darse la vuelta… -

Mis ojos asustados se abrieron como platos. - ¡¿Quién ha dicho eso?! -
Enseguida adiviné la procedencia de aquella voz que tan familiar me resultaba.

- Ah, eres mi conciencia, ¿no? He oído hablar de ti, anoche mismo dijo la tele que a uno de cada cien individuos se le despierta alguna vez en su vida, pero ¡que susto me has dao, jodía! -

La mitad de mi cuerpo se giró con la intención de volver tras los pasos y salvarle la vida al pobre moribundo, pero mi nueva amiga volvió a frenarme.

- ¿Cómo vas a entretenerte en ir salvando la vida de cuanto bicho se cruce contigo? ¡A ver cuándo te enteras de que no está en tus manos arreglar el mundo! -

- Joder con la conciencia, ¡a ver si se aclara! - , pensé.

Llegué a casa y el recuerdo del molusco ya había desaparecido por completo de mi mente, supongo que ayudada por los ricos macarrones a la carbonara que me iba a meter entre pecho y espalda.
La hora de la siesta me condujo abducida hasta mi sofá preferido y, tras un par de horas de atontamiento, el teléfono móvil me despertó. Esa noche me iría de tapas con los amigos. . - Qué bien, ¡esto es vida! -, como diría Carpanta.

El agua de la ducha trajo a mis pensamientos los románticos días de tormenta que estaban haciendo. Lluvias torrenciales sobre las ventanas, rayos y truenos, barro por todas partes, botas de agua, chubasqueros, rimel corrido..., ¡¡caracoles!!
Con el labio inferior caído y el entrecejo arrugado a modo de preocupación la conciencia se asomaba de nuevo en mí.

- Tenías que haberte vuelto a salvarlo, si total, eran dos o tres metros…; ya sé que esas pequeñas ayuditas no van a cambiar mucho, pero ¡así van las cosas, pensando todos de ese modo! -

La tasca de la esquina estaba a rebosar. Los bajos de la barra (llenos de colillas, servilletas arrugadas, cáscaras de gambas, y algún que otro escupitajo) le daban el toque genuinamente cutre que debe tener toda tasca que se precie. Yo, ya recuperada de mi brote existencialista, y más feliz que una perdiz en escabeche, hablaba animada de la política interior y exterior del barrio.
- ¿Os habéis enterao de que la Juani ha pillao al Fali con la prima de la de los chollos? Qué fuerte… -

El camarero interrumpió mi disertación para informarnos con desgana de la oferta gastronómica: Tenemos sangre encebollá, ensaladilla rusa, almondigas en salsa almendras, boquerones en vinagre…, bueno, y mi suegra acaba de preparar unos caracoles que quitan el sentío.

- ¡¿Caracoles?! - pensé aturdida. - ¡Pues ponte una ración! –