Las letras cubanas ofrecen un amplio abanico de asombros literarios, como es el caso de Luis Manuel García, escritor, periodista y docente, nacido en la Habana en 1954. Un asombro pendiente es el sugerente título de uno de sus libros de poesía, publicado en 1994.
Se lo cojo prestado para hacer mi homenaje a los que nos ayudan a mantener viva la capacidad de seguir asombrándonos. Un pequeño hueco en la vasta blogosfera para los que apreciamos y disfrutamos la sensibilidad y el arte, y andamos siempre buscando un nuevo asombro por descubrir.
"Un conocido escritor se sentó en mi banco el verano pasado. Traía un invierno portátil bajo su abrigo y todos los personajes de sus libros instalados en los ojos. En la superficie, los melancólicos, trágicos y muertos antes del décimo capítulo. No se dio cuenta de mi presencia. No ya de mi presencia literaria, sino incluso de mi presencia transeúnte, trivial. Se introducía maquinalmente las manos en los bolsillos y extraía semillas, hojas de almendro, papeletas de cine, recortes de cartulina. Los iba deshojando con la minuciosidad de un asesinato sensu Agatha Christie. Cuando se marchó, no pude apartar la impresión de que un árbol había desequilibrado para siempre a mi maestra de biología, echando a andar. En el suelo, encontré esta carta sin destinatario, sin fecha, sin remitente y sin esperanza". (Un asombro pendiente)
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SUS OBRAS:
Además ha publicado, entre otros, volúmenes de cuentos, poemarios y novelas, que le han hecho ganar diversos premios.
Sin perder la ternura (1987)
Los amados de los dioses (1987)
Los forasteros (1989)
Recuerdos del olvido (1992)
Salto mortal (1993)
Utopiario (2003)
Habanecer (1992)
El restaurador de almas (2002)
Te debo un acto de amor
cuando no sólo parezca que la tierra tiembla,
sino que tiemble de verdad.
Te debo el momento en que una flor
pone cara de asombro.
Te debo una llamada telefónica
donde ardan las palabras y creemos,
en materia de comunicaciones,
una catástrofe nacional, irreparable.
Te debo un animal doméstico
que sea mitad delfín y madreselva,
un animal que desentierre diamantes de tu jardín
y se los coma.
Te debo el último recuerdo de un ahogado;
un aguacero en el Sahara,
una insolación en Queen Maud Land,
una nevada en Veintitrés y L.
Te debo la agonía de una libélula aplastada
contra el parabrisas.
Te debo la sombra del tiempo,
no su presencia dolorosa;
el momento justo en que toda la ciudad hace silencio
y se escucha a decenas de kilómetros
el ruido, al caer, de una moneda.
Te debo mi adolescencia, la que debí tener.
Te debo un curso sin examen final sobre el significado de la palabra lejanía.
Te debo el vídeo de un sueño
y una foto, tipo carné, de la ternura.
Te debo la melancolía de un eunuco enamorado.
Te debo un elefante bonsai;
un bombillo incandescente donde nade,
al encenderlo, un pececito verde.
Te debo un dragón domesticado
por la princesa del castillo.
Te debo un amanecer detenido en los relojes
mientras hagamos el amor.
Y que la humanidad nunca descubra
esa hora de retraso.
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