martes, 21 de septiembre de 2010

Fidelidad sentimental


Cuando era jovencita casi nunca compraba libros, y no sólo por falta de presupuesto.
Para qué intentarlo con otros nuevos si sabía que con los míos ya iba a disfrutar.
Prefería leer una y otra vez los que había en casa porque me gustaba ir creciendo junto a ellos, ver cómo mi percepción de su esencia iba cambiando con el paso del tiempo y me acercaba cada vez más a sentirlos de verdad, a comprenderlos.

Años más tarde un novio mío que iba de intelectual se burlaba de mí por ello, pavoneándose por haber leído todos esos imprescindibles que yo ni conocía, y subestimando mis ejemplares y mis fieles hábitos de consumo intelectual. Bah. Acabó por comprenderme.

Pasamos por la vida con tanta prisa y tantas ansias... queremos probarlo todo, vivirlo todo, saberlo todo y quedarnos sólo con lo mejor. Sin percatarnos de que así es imposible conocer, saborear, ni aprender nada.


Vamos saltando de libro en libro, de blog en blog. Igual que hacemos con los amores, los amigos, los ligues o las ilusiones.

Los usamos mientras nos motivan lo suficiente y, en cuanto aparece otro estímulo mejor -aunque sea por novedoso-, desechamos lo anterior casi como si de basura se tratase.
Pasado un tiempo, vuelta a empezar.

No me extraña que así, de tanto empacho, mucha gente llegue a sentir indiferencia, casi asco, por sus propias vidas y las de sus semejantes. Lo que lleva a cosificar a los otros y exprimirles todo el jugo de una vez, a modo de poloflash; o bien a sumirnos en una falsa misantropía que a veces no es otra cosa que hastío o desesperación ante tanto absurdo sentimental.

De sociabilidad más bien contemplativa, sólo tengo dos o tres amigos desde hace ya muchos años, a los que aún hoy sigo intentando conocer.


¿De verdad alguien cree que conoce a sus semejantes, incluso a sus familiares?.
Creo que pocos de nosotros lo intenta de verdad, damos por sentadas tantas cosas, y estamos tan ocupados con nuestro propio ego... Y no me extraña, porque bastante complicado es conocerse a uno mismo, como para intentar conocer a los demás. Sobre todo porque, por desgracia, cada vez más parecemos meras cartas de presentación en este perverso juego del éxito social.

La mayoría, entonces, intentamos adaptarnos a esas exigencias del mercado en la medida de nuestras posibilidades para gustar y relacionarnos más y más, cuando en realidad lo interesante sería precisamente molestarnos en descubrir la verdadera esencia de los que nos rodeaban ya.

Precisamente por eso me cuesta tanto luego separarme de la gente que me gusta o dejar de amar, y tengo tanto lío sentimental. ¿Novios, amantes, amigas, compañeros, colegas? joder, yo los quiero a todos casi por igual.


¿Cuál es la diferencia, dónde están las barreras? ¿Es cuestión de egoísmo, de celos, de posesión, de follar?