domingo, 25 de abril de 2010

A normal




Resulta paradójico que la sociedad sea la encargada de establecer las valores atribuidos a la normalidad. Más que nada porque normal es lo que se desarrolla en su medio natural, y lo que hace la sociedad es justo lo contrario, crear medios artificiales donde desarrollarnos de forma antinatural y hacernos sentir raros si no pasamos por el aro.

Así, si la domesticación humana desvía los inconscientes de sus propios instintos, no es de extrañar que el sufrimiento ante semejante castración lleve a afectar a algunos ciudadanos -seguramente más débiles, o sensibles- hasta transformarlos en extraños individuos.

La psicología misma establece determinadas conductas mas o menos naturales como desviaciones.
Y, si bien la normalidad puede entenderse como un promedio estadístico, no cabe duda de que los ciudadanos mentimos en las encuestas para no ser encasillados en ninguna de las parcelas de la anormalidad.

Camuflados para no ser señalados, perseguidos y expulsados de este prostituido paraíso. Inmersos en esa caótica espiral donde el bien y el mal se confunden y los deseos prohibidos atormentan.
Quizá si se permitiesen más naturalidad con ellos mismos y sus deseos no acabarían reduciendo sus pensamientos a la obsesión..

Lo que si sé es que el sexo está infinitamente sobrevalorado, y que por su culpa el mundo es un lugar mucho peor del que debería ser. Unos se desquician por sus propias obsesiones sexuales, otros se desquician por sufrir a los obsesos, y al final -por culpa de esa normalidad social que guía nuestras valoraciones- todos acabamos traumatizados perdidos.
 
Por mi parte, hasta bien mayor el sexo no me atrajo en absoluto. A pesar de la libertad que eso otorga, como me hacía sentir un bicho raro también me vi obligada a fingir. Le contaba a mis amigas falsas conquistas para encajar, y hasta escribía en mi diario inventadas noches de lujuria. Hasta el día que, por probar, por fin decidí entregarme no sólo en alma, sino también en cuerpo. Y por la puerta grande.

Mi primer amante resultó ser, además de egoísta hasta la médula, eyaculador precoz de primera categoría. Así que, por si fuera poco, aprendí a hacer el amor de forma totalmente sumisa y desprendida, y a seguir fingiendo. Lo peor es que con el siguiente novio, de condición más duradera, tampoco sentía apenas nada. Por eso, rayada perdida por mi supuesta insensiblidad sexual, decidí una noche explorar mi cuerpo. Fue así como vino el primer orgasmo. Con 23 años.

Cuánto daño ha hecho el porno y el machismo a las mujeres. Una venga a hacer felaciones y abrirse de piernas en plan sumiso, pero de disfrutar na de na.

Es una pena que la mayoría de las gentes, hombres y mujeres, simplifiquen el sexo hasta reducirlo a un simple mete-saca. Para mí lo excitante es la seducción, los juegos, la intimidad, la entrega. ¡Si no hace falta ni follar!

No me parece bien basar algo tan especial en unos genitales y un cuerpo, que además deben ser estéticamente aceptables.

¡Hacer el amor debería ser algo sagrado! igual que todos los cuerpos, todos los genitales y todas las almas, aunque no tengan el beneplácito estándar.

Hacer el amor es la mayor fiesta, la suprema recreación de los sentidos. Pocas experiencias transmiten esa sensación de estar viviendo realmente el presente. El tiempo deja de existir y da paso a la comunión, ya no de los cuerpos, sino de sus almas correspondientes. Todo un lujo que pocas veces se da.

¿verdad?

 

viernes, 16 de abril de 2010

Por probar




Siempre he creído que arriesgarse absurdamente, como al consumir drogas, es de gilipollas. Ya son ganas de arruinarse la salud, el bolsillo y, si te lias demasiado, la vida. Pero es tan complicado para muchos de nosotros, curiosos seres, dejar pasar lo que el mundo pone a nuestro alcance... ¡y más si siempre hay alguien que invita!. Además, ¿habrá que probar todo lo que se pueda antes de que venga la pelona?

Mi curiosidad y gilipollez comenzaron a desarrollarse sobre todo cuando entré en la guardería. Chupaba las gomas de borrar, los chinos del suelo y las cáscaras de las mandarinas; me comía toda baya de matojo o flor que se pusiera a mi vista; jugaba con la pichita de mi hermano a que era un muñeco graciosísimo; olía engustada el pegamento de barra y me daba morreos con una niña. Pero empecé a darme cuenta de que, cuando uno hacía lo que le apetecía, los demás ponían caras raras y te regañaban, por eso tuve que seguir haciendo eso de probar cosas a escondidas.

Y así, a escondidas, fue como empecé desde muy chica, por ejemplo, a comer carne cruda (esa picada de las bandejitas, deliciosa), a esnifar pintura o a leer al Marqués de Sade. Con 12 años ya me había bebido la primera litrona, con 13 el primer cigarro, con 14 el primer cubata, con 15 el primer porro, con 16 el pienso del perro (plástico puro), con 17 la primera raya, y así una larga lista de sustancias olibles, esnifables, bebibles, fumables o comestibles. Por probar.

Y por probar también me largué de mi casa con 14 años -ingenua perdida- soñando con una vida sin rumbo fijo, plena, llena de aventuras. Solo que la aventura se acabó cuando me pilló la policía a 1.500 kilómetros de distancia y de vuelta me recibió una madre, la mía, llorando como una magdalena. Qué cosas se hacen por probar...

Pero es así, a veces la curiosidad y el afán por sentirse vivo gana incluso al no querer dañar a tus seres queridos o al huir de la muerte. La primera pastilla no sé ni de qué era, alguien me dijo: abre la boca y cierra los ojos. Y claro, como eso del factor sorpresa pone tanto, pues padentro. Igual pasó con el Popper, el speed, las setas, la sabia divinorum o el éxtasis. Un día llegaba un amigo/a, decía eso de "mira lo que os traigo", y padentro.

Creo que sólo los niños, los animales y los iluminaos viven de verdad el presente, y yo desde luego era uno de ellos, porque no era capaz de vislumbrar consecuencias negativas en el futuro, ni las positivas, ni el futuro. Además, tenía siempre la certera sensación de que en cualquier momento se acabaría el chollo de vivir, y no me podía permitir el lujo de perderme nada.

Lo peligroso llega cuando te das cuenta de que el mundo con las drogas y los líos es mucho más sencillo y divertido, sobre todo si eres tímido o no te gusta lo que ves a tu alrededor. Rodearte de gente más rara que tú te hace sentir en la gloria, y las drogas te permiten salir de tu cápsula con más facilidad; no sentirte tan extraño con la gente; hablar de las cosas más raras y pasar desapercibido; soportar la vida, las discotecas y hasta los capullos; convertir una vida mediocre en una fiesta.

Joder, hoy día las drogas se hacen cada vez más necesarias si quieres vivir en sociedad, si hasta las receta la Seguridad Social... Una vez fui al médico porque tenía tos y estaba muy triste, y salí con recetas de codeína, benzodiazepinas y antidepresivos debajo del brazo ¡Al rico soma! Y sí, ¡estaba todo más rico!.

Menos mal que la prudencia y mi angelito de la guarda me han acompañado y no me he enganchado nunca a nada ni a nadie, quizá porque mi lema era que engancharse y comprar es un lujo que sólo pueden permitirse los drogadictos. Ahora, a pesar de las neuronas adormiladas, algunos palos, lapsus y unas lagunas mentales de valor incalculable, he aprendido que hay muchas cosas mucho más sanas por probar.

Estoy descubriendo que ¡atención! los perros se huelen el culo porque sus feromonas huelen a gambas y sus pedos a marihuana; el sol da más gusto si lo sientes entrar; el mejor amigo que se puede tener es un niño o un viejo; el amor da calambres guapísimos en los codos. Y no hacía falta alcohol para poder bailar, que vá, sólo buena música, o buen rollo; una buena sesión de cosquillas da más placer que cualquier polvo, y esnifar el olor corporal de quien te gusta es más intenso y placentero que cualquier droga.

Aún me siguen quedando ganas de largarme sin avisar, hacer locuras, meterme en líos, juntarme con malas compañías y chutarme somas por doquier, para qué nos vamos a engañar. Pero no sé por qué, ahora tampoco me parece mala idea disfrutar de la sencillez, llevar una vida tranquila, o preocuparme por saber amar. ¿Estará bien eso de madurar? Total, por probar...

lunes, 12 de abril de 2010

El súperello



Se supone que con los años uno va perdiendo -además de firmeza- ingenuidad.
Es lo que tiene madurar. Por eso no entiendo por qué demonios a mi no me pasa eso.
Firmeza bien que pierdo, pero ingenuidad ni a tiros.
 
Lo peor: la fórmula arrugas/canas+tetas acercándose cada vez más al ombligo+incorrupta ingenuidad

¿No habeis tenido la sensación de que un espíritu proveniente de otra dimensión, del lado oscuro o de la genética se adueña de vuestros pensamientos y actos aunque no queráis?
 
Me encandilo perdidamente de una flor espachurrada en el suelo a la que un misterioso y casualístico rayo de sol ha iluminado en el preciso momento en que yo pasaba; o del cadáver momificado de una lagartija disecada al sol, que se convierte en un tesoro o un experimento del ciencianova. Y no consigo dormir bien si mi madre ha encerrado algunos de mis peluches con el cuello torcido en un baúl, o ha tirado uno de mis trastos al contenedor.

Pocas pero intensas veces también me he encandilado-enamorado-oloquecoñoseaeso de otros seres, humanos-homínidos, como el resultado de una especie de atracción psiquanimal sin demasiado fundamento. Alomejor sólo por encontrar parecidos romántica o coleguíticamente sospechosos, unido eso al timbre de una voz, una actitud, una frase, o el brillo de los ojos. Y sobre todo por intuición, ya ves tú, qué ingenuidad...

Y yo voluntad le pongo, intento madurar de verdad o al menos parecer una joven interesante a ver si se me pega algo. Y en cierto modo sé que se atisban en mí ciertas señales de vida inteligente y que no está todo perdido; por eso cuando me vienen flashes de lucidez, astucia y cautela me siento plena, me cambia hasta el semblante y el tono de voz, y creo que por fin he madurado.

Esta tarde, precisamente viendo Doraemon con mi amiga Juana, que tiene 5 años, va y me pregunta: "¿a ti te gustaría ser una niña chica, verdad? aunque seas una persona en realidad..."

Una persona. Eso me hizo pensar. La ausencia del yo produce tanto placer... ¿Tiene la culpa entonces el hedonismo, o quizá los libros de Osho del kiosco?

Aunque está feo contestar a una pregunta con otra, y más si era retórica, le dije a mi amiga que por qué a ella entonces le gustaría ser un bebé. -¿Porque te gusta que te soben y te den besos? ¿para seguir usando tu chupete sin que se metan contigo? ¿para que te sigan cogiendo en brazos sin que te llamen mimada? ¿para no tener que ir al cole?-, insistía yo. Pero sólo movía los ojos de un lado a otro.
-Ay, porque está más chuli, ¡ya está!-. Decía Juana.

Y es verdad. La freudiana batalla del yo con el ello y este difícilmente entendible superyo cansa. A veces es tan fácil y tentador pasar de todo y abandonarse placenteramente al ello... ¡vivir! ¡sentir! ¡amar! ¡pulsionar! aunque sea a costa de supurar ingenuidad.


A mi desde luego no se me ocurre forma mas natural de ser feliz que dejando de ser persona, volviendo a tener cinco años como mi amiga Juana, o dejando que mi alma de se engañe de nuevo descartando de entrada una resolución fatal.
 
Será que a veces viene grande el poder que otorga el libre albedrío, viene grande la vida.
Sobre todo cuando tu libro de instrucciones está en japonés y con manchurrones de tinta en puntos clave, y para colmo se producen cada cierto tiempo apagones que no te dejan leerlo en paz.