Lo pensé de repente el otro día, cuando me vi sintiendo cosas muy raras mientras paseaba con mi perra.
Una
especie de energía extrasensible empezó a deformar mi percepción del mundo
exagerando las sensaciones, hasta el punto de flipar con una florecilla meada
por un perro o sentir una especie de amor universal que me inundaba hasta casi
salirme por las orejas.
Aunque igual no es tan raro, también le pasaba a un
amigo mío con según qué paja...
Una época, hace años, ya me había pasado algo parecido.
Y ya ves, yo pensando inocente perdida que era debido al amor (¡amor, por fin,
amor!), cuando en realidad sería un trastorno de ansiedad como la copa de un
pino.
Algunas escasas pero intensas noches, una avalancha de pensamientos existenciales muy mal dirigidos me ofuscaba de tal modo que acababa perdiendo la perspectiva y hasta el decoro argumental.
Y de repente me encontraba
desesperada, hastiada, con ganas de mandarlo todo a la mierda, de tirarme por
el balcón, hacerme el seppuku, o pegarle una paliza al primero que pasase.
Qué malo es pasarse todo el día encerrada en casa, leyendo a Henry Miller y a Ciorán.
Esta noche saldré a tomarme un cubata y ya está.