Cuando cerré la puerta tras de mí, por
fin, después de tres días sin parar de leer y follar, me miré corriendo al
espejo muerta de angustia. ¿Tendría que volver a depilarme, andaría el tinte en
su sitio? -Joder, ¡y cuatro días sin cagar!, a mi esto me va a matar-.
Pero la vergüenza de saber que el plof reverberaría en toda la estancia y los campos adyacentes me llevó a sentirme como en el túnel de la muerte. En la décima de segundo que tardó en venir la criatura pasaron por mi mente infinidad de recuerdos al lado de aquel cabrón que tanto me haría luego sufrir.
Como la de latas de cerveza que tuve que
beberme deprisa escondida en la calle, las primeras veces que quedamos, por eso
de disimular la timidez y parecer más locuaz. O la de ropa nueva que me tuve
que comprar.
O aquella romántica primera noche
durmiendo juntos en que, de tantos gases cerveciles y nerviosiles, no pude
pegar ojo con tal de controlar y silenciar la salida de algún delator.
Como en La invasión de los ultracuerpos, tuve que soportar la más cruel de las torturas y no dejarme caer rendida y extasiada en los suaves brazos de Morfeo en toda la noche.
Aunque finalmente, igual que en la peli, sucumbí.
Y también igual que en la peli el castigo fue ser convertida en un desagradable ente con apariencia humana. Que, para más inri, despertó la estancia y a sus ocupantes en un ensordecedor ruido de infarto que comenzó a retumbar de manera infinita de pared a pared matando a su paso a los cuatro angelitos de la guarda y al amor que hubiera podido surgir de aquella incipiente relación.
Impresionante ruido que, por supuesto, hice como si no hubiera pasado, ni escuchado, simulando un pequeño ronquido que a su vez intentaba tapar el sonido de un angustioso tragado de saliva.
Como en La invasión de los ultracuerpos, tuve que soportar la más cruel de las torturas y no dejarme caer rendida y extasiada en los suaves brazos de Morfeo en toda la noche.
Aunque finalmente, igual que en la peli, sucumbí.
Y también igual que en la peli el castigo fue ser convertida en un desagradable ente con apariencia humana. Que, para más inri, despertó la estancia y a sus ocupantes en un ensordecedor ruido de infarto que comenzó a retumbar de manera infinita de pared a pared matando a su paso a los cuatro angelitos de la guarda y al amor que hubiera podido surgir de aquella incipiente relación.
Impresionante ruido que, por supuesto, hice como si no hubiera pasado, ni escuchado, simulando un pequeño ronquido que a su vez intentaba tapar el sonido de un angustioso tragado de saliva.
O la vez que, pensando que ya se había
marchado mi prima menstru, acabé embadurnando la tapicería de su súpermegacoche
y su entrepierna metrosexual de los rojos fluídos de la vida.
De repente, antes de que se repitiera la
vergüenza del que bauticé como día Hiroshima y los posteriores
malintencionados comentarios del tipo a ti no te despierta ni una bomba...
me vi agarrada a la blandita, caliente y cada vez más larga defecada criatura de la discordia.
A modo de amortiguación por tiempos la fui sosteniendo para que la pobre no se hiciera daño al caer a las delatoras aguas del retrete. De nuevo se presentaba ante mí una gran oportunidad para haber acabado en manos de psicoanalistas especializados en coprofagias y escatologías varias.
me vi agarrada a la blandita, caliente y cada vez más larga defecada criatura de la discordia.
A modo de amortiguación por tiempos la fui sosteniendo para que la pobre no se hiciera daño al caer a las delatoras aguas del retrete. De nuevo se presentaba ante mí una gran oportunidad para haber acabado en manos de psicoanalistas especializados en coprofagias y escatologías varias.
Y es que, no se me había ocurrido otra
cosa para llenar mi vacío existencial y mi aburrimiento que echarme un amante
para aunque sea jartarme de follar. Había osado a jugar con el destino, con
Dios, y tentar a la suerte -ya escrita de antemano en los anales de la
desgracia- para encontrar ya no vida, sino vidilla. Y joder, decían que
funcionaba... pero bah.
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