miércoles, 16 de junio de 2010

Jugando con Dios 2ª parte. O Narraciones "extraordinarias"


Cuando cerré la puerta tras de mí, por fin, después de tres días sin parar de leer y follar, me miré corriendo al espejo muerta de angustia. ¿Tendría que volver a depilarme, andaría el tinte en su sitio? -Joder, ¡y cuatro días sin cagar!, a mi esto me va a matar-.

 Aquel chico que tanto me gustaba me había invitado a una miniescapada supuestamente intelectoespiritual en una casa rural, pero estaba tan incómoda que ya no tenía ganas de espiritualidad, ni de leer, ni de follar, ni de compañía, ni de ná.

 Más relajada por la ducha, depilándome el bigote con las pinzas y el espejo de aumento, y aunsabiendo que él seguía justo al otro lado de la puerta del baño, me dispuse a dejar obrar a la naturaleza.


Pero la vergüenza de saber que el plof reverberaría en toda la estancia y los campos adyacentes me llevó a sentirme como en el túnel de la muerte. En la décima de segundo que tardó en venir la criatura pasaron por mi mente infinidad de recuerdos al lado de aquel cabrón que tanto me haría luego sufrir.

Como la de latas de cerveza que tuve que beberme deprisa escondida en la calle, las primeras veces que quedamos, por eso de disimular la timidez y parecer más locuaz. O la de ropa nueva que me tuve que comprar.

O aquella romántica primera noche durmiendo juntos en que, de tantos gases cerveciles y nerviosiles, no pude pegar ojo con tal de controlar y silenciar la salida de algún delator.
Como en La invasión de los ultracuerpos, tuve que soportar la más cruel de las torturas y no dejarme caer rendida y extasiada en los suaves brazos de Morfeo en toda la noche.
Aunque finalmente, igual que en la peli, sucumbí.

Y también igual que en la peli el castigo fue ser convertida en un desagradable ente con apariencia humana. Que, para más inri, despertó la estancia y a sus ocupantes en un ensordecedor ruido de infarto que comenzó a retumbar de manera infinita de pared a pared matando a su paso a los cuatro angelitos de la guarda y al amor que hubiera podido surgir de aquella incipiente relación.

Impresionante ruido que, por supuesto, hice como si no hubiera pasado, ni escuchado, simulando un pequeño ronquido que a su vez intentaba tapar el sonido de un angustioso tragado de saliva.

O la vez que, pensando que ya se había marchado mi prima menstru, acabé embadurnando la tapicería de su súpermegacoche y su entrepierna metrosexual de los rojos fluídos de la vida.

De repente, antes de que se repitiera la vergüenza del que bauticé como día Hiroshima y los posteriores malintencionados comentarios del tipo a ti no te despierta ni una bomba...
me vi agarrada a la blandita, caliente y cada vez más larga defecada criatura de la discordia.

A modo de amortiguación por tiempos la fui sosteniendo para que la pobre no se hiciera daño al caer a las delatoras aguas del retrete. De nuevo se presentaba ante mí una gran oportunidad para haber acabado en manos de psicoanalistas especializados en coprofagias y escatologías varias.

 Qué triste me sentí, tanto que casi me echo a llorar. Puta vida, tantos líos, malos ratos, tantos riesgos, ¡y todo por gustar! ¡por tener un mísero poquitito de amor, sexo y vida social! ¡¡Cuán alto es el precio que tenemos que pagar!!

Y es que, no se me había ocurrido otra cosa para llenar mi vacío existencial y mi aburrimiento que echarme un amante para aunque sea jartarme de follar. Había osado a jugar con el destino, con Dios, y tentar a la suerte -ya escrita de antemano en los anales de la desgracia- para encontrar ya no vida, sino vidilla. Y joder, decían que funcionaba... pero bah.


 


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