El sábado pasado me colé en una ceremonia religiosa de esas para unir a dos almas en una sola hipoteca. Me apetecía oye, que hacía 20 años que no iba a hacerle una visita a Dios.
Y mis amigas, sí invitadas, me habían ofrecido acompañarlas para entretenerme de la llantera de hacía un rato.
Para no desentonar demasiado ni hacer pasar vergüenza a mis acompañantes olvidé mis habituales cascarrias sayas y salí de compras para travestirme de joven mona aparente y competente:
falda corta blanca, camiseta roja, zapatitos rojos con moña blanca, pinturas rojas y blancas, espuma pegajosa para el pelo y un anillo rojoplástico de los chinos.
No se podía estar más espectacular.
Mientras intentaba disimular mi acentuado complejo de torpe social, y observaba insegura desde la última fila los pintorescos disfraces de la concurrencia (probablemente empeñada para la ocasión), el cura empezó a carraspear en tono regañativo:
-¡Un poco de respeto y silencio!- pedía. -¡Estamos en la casa de Dios!-.
Y entre la típica sesión aeróbica ahoradepieahorano y los movimientos de labios rumiando las respuestas que ya nadie conoce, el cura preguntó a los novios por qué se casaban.
Qué capullo...
Como ni sabían qué contestar, comenzó un duro sermón que no sé si era un desahogo por la hipocresía de estos tiempos o por la propia frustación del cura, que estaría encabronado porque su novio le habría puesto los cuernos, o echaría de menos las confesiones de las comuniones.
Se me hicieron los ojos chiribitas -¡bronca bronca!-.
Mis amigas me miraban con cara de niseteocurradecirná.
Y yo deseando coger al cura del cuello y gritarle -pero pedazo de capullo, ¿y tu qué? aqui chupando del bote, cambiando el padre nuestro a tu rollo, y encima maleducao,
¡mira que darle el día a estos pobres desgraciaos!-.
En el momento culmen del beso mis amigas ya lloraban como madalenas.
-¿Qué haceis?- les increpaba yo.
-Si os caen fatal los novios, y llevan ya quince años juntos-.
-¡Pues anda que tú, llorando esta mañana por una gallina!-
-¡No no no no! ¡por una gallina no! ¡Miles, miiiillones!
¡les cortan el pico porque se vuelven locas y se automutilan y atacan a las de las minijaulas de al lao!-
Cuando terminó todo una señora gorda disfrazada de avestruz, con unas plumas que casi llegaban al techo de
-Tranquila, señora, sólo me he acoplado a
Que por cierto, mal asunto allí también para los animales de granja...
¿Alguien sabía que el Padre Nuestro lo habían cambiao?
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