jueves, 30 de octubre de 2008

Friki


Creo que, inconscientemente, siempre me han atraído los perdedores. Desde pequeña, siempre me gustaron las novelas protagonizadas por dramáticos amores y personajes atormentados por la culpa o la tuberculosis.

 

Solía empatizar mejor con los tímidos, los diferentes y los personajes. Las chulillas del barrio o los guaperas del instituto me daban grima, quizá porque sabía que, pese a tener posibilidades parecidas, mi carácter nunca me permitiría formar parte los que eran como ellos. Aun así, siempre pasé desapercibida y ajena a los encasillamientos.

 

Cuando me mudé a donde ahora vivo, me hice amiga de la bigote. Las otras niñas se metían con ella llamándola de esa forma. Y yo, unida a su dolor por mi oculto pasado de cabra montesa, la defendía diciéndole a las otras que eran todas unas putas.

 

 

En el colegio, me hice amiga del grupito de los repetidores. Se sorprendieron de que alguien como yo -delicada, tímida y bonita- prefiriese el lado salvaje de la vida a pasarme las tarde viendo a los cachas jugando al baloncesto.Con ellos era todo mucho mas emocionante, nos saltábamos las clases para aprender de la calle.

 

En el instituto corrí peor suerte. Mis tres amigas eran las mas pavas del planeta. Sus madres no las dejaban jugar en los recreativos, advertidas de su enrarecido ambiente por el vicio de los jugadores de futbolín. Está de más decir que les tenían prohibidas las fiestas del instituto, por lo que tenía que vérmelas sola si quería un poco de emoción en mi vida.

 

Én las fiestas entraba siempre como la que busca a alguien. Luego, con un calimocho en las manos por fin ocupadas, hacía como la que espera. Siempre acababa acercándose alguien. Un joven profesor alucinado y atraído por tal independecia, o algún chaval de mi calaña.

 

Un día organizaron una acampada. Mis amigas, a las que prometí llevarles juegos de cartas, cintas de Los lunes y galletas, aceptaron venir conmigo. Una vez allí, en cambio, deseé que no hubieran venido. Encerradas en una cabaña de madera, con pipas, cocacola (sin aspirinas) y chorizos en el fuego, yo escuchaba de lejos las risas de la cabaña de las borracheras. Eran todo chicos, y se lo estaban pasando de puta madre, no como nosotras.

 

Cuando anocheció, desperté de repente de un sueño consciente, y aturdida aún, salí con naturalidad de la cabaña. Llevaba las gafas puestas, pero para darle más emoción al asunto, me las guardé y empecé el camino a ciegas. La claridad era imperceptible, y tuve que guiarme por la intuición y las voces de los de 2ºB. Como dentro de una de mis novelas, El mundo de Ben Lightar, en la que un chico describe las sensaciones ante su nueva ceguera, allí andaba yo, en el monte, de noche cerrada, con 3 dioptrías, y asqueada de mis amigas. Me sentía como el protagonita de El perfume versionado por Dostoveski. Inevitable y endemoniadamente atraída por unas ganas locas de que me pasaran cosas de una vez.

Llamé a la puerta, y al rato me abrió un chico al que solo podía intuir los rasgos, que me dijo que entrara. Hacía mucho frió, asi que, sin siquiera decir hola, me acurruqué junto a unas espaldas dormidas, con los oídos aguzados por si alguién se dirigía a hablarme. Me atormentaba la idea de qué iban a pensar de mi. ¿Estará loca? ¿borracha? ¿entripada? qué rara... Y yo sólo quería decirles que me sentía sola, que también quería reirme un rato, beber, cantar, y contar historias. Sin embargo, un ataque repentino de timidez me dejó muda. De todos modos yo sabía por qué estaba allí, y era lo que importaba.

 

Acabé mudándome a un instituto nocturno. Tenía un profesor de filosofía que se enrrollaba con las alumnas, un profesor de literatura que se saltaba el temario oficial para darnos a conocer a Borges o Cortázar, y un profesor de matemáticas que comía pipas explicando las derivadas. Era el paraíso. Pronto, formamos unos cuantos la pandilla más friki del nocturno:

 

Simón era un chico que medía dos metros de largo y ancho, con cara de malo, malo. Hasta que sabías que le gustaba disfrazarse de los de Star Trek, y que era muy divertido tomar carrerrilla para darle un abrazo, y entonces le veías cara de bonachón.

Carmela fue la que nos unió. Estaba enamorada de un chico gay, su novio era secretamente gay, y vivía en Torremolinos, el paraíso gay. Le gustaban los Héroes del silencio, las películas, pintarse los labios de azul y hacer fiestas en su casa.Siempre se escondía en el baño a liarse los canutos, mientras su madre me repetía por enésima vez que si se nos ocurriese bañarnos con un hombre en la misma bañera. Yo las quería mucho.

Séphora hablaba con la Vírgen, tenía viajes astrales y siempre te preguntaba si era guapa. "Pero...¿yo soy guapa?". Su madre era la reencarnación de Nefertiti, y su hermana, actriz, siempre llevaba un revolver de mentira en el bolso por si salía su otro yo, Ronda Makensi.

Y yo era a la que echaban siempre de las discotecas por consumir espufacientes mas propios de un parque, o por reivindicar una identidad propia a los porteros.

 

 

Ahora, despues de haber experimentado estar al lado de

 

los insensibles, los sensibleros

los que tienen un coche comprado por papá o una bici de 500 euros

los que gastan sus neuronas en los after o viendo La isla de los famosos

los que meditan en un futón de 200 euros

los que son hipies por 150 e. de peluquería y levi's cagaos de otros 150.

los de ligues de miradas desencajadas por los ocho cubatas

los lectores de Bucay y Él código da Vinci

...

 

estoy muy orgullosa de salir hoy del armario y confesarles que, aunque no se me note (:P): SOY FRIKI. Ea.

 

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