lunes, 27 de octubre de 2008

Tierna infancia escatológica


Mi madre siempre cuenta que mi hermano, de bebé, amaneció un día feliz de la vida, embadurnado de caca, jugando a restregarla por todos sitios, desde los barrotes de la cuna, hasta los dedos de los pies y las pestañas. Mientras, yo lo observaba desde la cuna de al lado, hecha un ovillo en un rincón, intentando escapar de lo que podría haberse convertido en mi mayor pilar psicoanalítico: una orgía escatológica con mi propio hermano.

Pero pronto me di cuenta de que no sería tan facil obviar todo ese submundo de inmundicias intrinsecas.

Todavía pequeños, mi amiga meli siempre se tiraba un pedo al pasar por la pizzería del barrio. Es una manía que tengo, decía. Su prima, sin embargo, prefería guardar en una cajita toda la roña que aparecía debajo de sus uñas, en pequeñas bolitas de mugre que quien sabe si algún día le harían falta para algo.

Mi mayor tesoro era el microscopio del vecino, que a veces me dejaba para saber de qué estaban compuestas las cosas. Todos mis conocidos, como no, se ofrecían a traerme mercancía en forma de mocos, escupitajos, o legañas.

Un día, el hijo del vecino empezó a sentirse molesto. Se había metido una canica por el culo, y no se aterminaba a sacarla. Cuando lo hizo, mis ojos estaban impotentemente clavados en el espectáculo.

Por aquella época, como es lógico, ya me preguntaba qué coño le pasaría a la gente por la cabeza. A mi solo me había dado por llamar la atención con eso de caca,culo,pedo,pis. Pero mi madre me quitó pronto la manía de un sopapo. Así que tuve que conformarme con cantar la versión alternativa del anuncio de nocilla para hacerme la rebelde.

Un poco mayor, ya en el colegio, llegaron un grupo de niños marginados, obligados a asistir a las clases. Eran salvajes. Se montaban a caballito encima de los mas cobardes, y jugaban a la lluvia de escupitajos, apuntando a la boca. O a decorar los baños.

Por suerte, hasta ahora me había librado de ser un miembro activo de aquellas escenitas. Hasta el día en que dejó de ser así, y por la puerta grande.
Habíamos ido de excursión con el colegio, y tras el amuerzo me dispuse a buscar un sitio alejado y tranquilo para echarme una cabezadita. Entre sueños, noté como algo caía en mi cuello tumbado, enlazandose entre mis suaves cabellos. Un olor fuerte me hizo incorporarme aún aturdida, hasta darme cuenta de que había caído del cielo un vómito, justo encima de mi linda carita adolescente. Sin atinar a despertarme, como dentro de una pesadilla lenta, me dirigí arrastrándome hacia un arroyo, donde me sumergí casi entera, mientras me sentía la persona mas atormentada y humillada del planeta. Jamás se lo conté a nadie.

Poco tiempo después, en al autobus del colegio, mi amor platónico por fin (POR FIN) se sentó por primera vez a mi lado, despues de años de la más absoluta indiferencia, propia de los tios buenos de séptimo hacia las niñas de cuarto. Aquel día, cosas del destino, yo tenia el trancazo del siglo y un sólo pañuelo de tela a esas horas decorado enterito de lunares verdes. Tan nerviosa estaba que se me cayó al suelo del autobús. En ese momento el tiempo se paró. Las manos de mi amado se dirigían lentamente en un gesto heroico hacia el final de mi vida romántica y el principio de mi más horrible tortura.No conseguí apenas mas que emitir un leve sonido que hubiera pretendido ser un NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO.
El chico, muy educado, soltó corriendo la prueba de mi indecencia sobre mis faldas. Jamás volvió a cruzarme una mirada.

Desde entonces me gusta ser natural con estas cosas. Porque, aunque nos de verguenza reconocerlo, quien no ha andado a prisa en el super para dejar atrás la prueba del tufillo, o se ha sacado un moco seco distraido en un atasco...

 

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