sábado, 1 de noviembre de 2008

Amores platónicos


Las imágenes de las fans de los beatles o el dúo dinámico, a pesar del mal rollo que daban, tenían su aquel. Cientos de niñas locas e histéricas por tener cerca a sus ídolos, pero al fin y al cabo se veían modosita, y en blanco y negro. Las de ahora no sé de qué color serán, solo sé que soltarme en medio de un concierto de Haze o de Bustamante es una de mis más recurrentes pesadillas.

 

 

Ya con mis vecinas notaba una gran diferencia. Ellas me hablaban de sus suspiros por Glenn Medeiros, Rob Lowe o los New Kids on the block. Yo por las noches me lo montaba con el cantante de Europe, George Michael :S, o uno de un cromo de fútbol que me salió en las pipas, Juan Carlos, del Athletic de Bilbao. Nada que ver con ídolos típicos para soñar a jugar a los médicos o las casitas, pero es que me hubiera servido hasta el Fari en esa época. Si con el mundo interior que ya tenía, me volaba la imaginación hasta límites tan elevados que la proyección mental de las sensaciones era lo de menos.

Luego me emplatonicé del profesor de ciencias del instituto. Se que el de gimnasia estaba cachas, y decían que se liaba con las alumnas y todo, pero a mi el que me pillaba más a mano era el de Ciencias, que lo pillaba con mas ganas además. Era un hombre de mirada triste, serena, paradójicamente parecía feliz. Medio calvo, cuarentón, con unas cejas a lo Zapatero, y pegado a una nariz. Me enamoré de él un día que nos llevó de excursión a toda la clase. Fuimos en el autobús urbano hasta la afueras de la ciudad, y desde allí recorrimos una ruta atravesando terrenos en los que podíamos apreciar no sólo los diferentes estratos, rocas y minerales, sino la sensación de sentir su olor, su tacto, y ser conscientes de la maravillosa oportunidad de tener al alcance de la mano eso que solo habíamos visto en los libros y las películas, ahora convertidos en una realidad completa y suprema. Eso sí que es ser profesor, pensaba yo a la vuelta. En el autobús, ya oscurecido, me regodeaba también pensando que tendría una vida muy triste, con una mujer siempre con jaqueca, y él harto de aguantar niñatos. A veces soñé despierta en clase, mientras explicaba, que descubría en mí una chica joven, pero nada tonta, con muchas ganas de escucharlo, contarle cosas y por qué no darle algún buen rato.

 

 

No entiendo la manía de enamorarse de una figura mediática. Rizos, caras de malo, cuerpos inflados, voces clamando a un amor falso. A mi me gusta la gente interesante, donde va a parar, hasta para irme a la cama. Si mi contacto con el sexo opuesto estuviera motivado por el puro morbo de satisfacer un calentón, como pasa a una gran mayoría, para eso me llamo al telemulato o salgo a tomarme un gintonic y acabo antes. Dónde han quedado las seducciones y los misterios, saborear los momentos haciéndolos especiales. Seleccionar a la víctima. Y buscarla dentro de un círculo mentalmente interesante, cercano y sano.

 

El verano pasado tuve varios shocks platónico-amorosos. Una tarde estaba en el paseo marítimo con mi mierdecilla de bici y Rayuela, al sol. Levanté la vista y en el banco de al lado había un chico que era Cortázar con muchos años menos. Su hijo, pensé. O él, qué mas dá. ¿Le gustaría leer sus propias novelas? ¿Las conocería?. Se levantó para irse, así que tuve que perseguirlo para intentar averiguarlo. Dejé que andara un rato y empecé a seguirlo con la bici, parando de vez en cuando para que no se diera cuenta. No sabía cómo acercarme a él para no asustarlo, así que aceleré y me adelanté hasta el cine. -Si viene al cine, me lanzo, si no, paso de largo-. Dejé corriendo la bici dentro del cine, y salí a esperarlo sentada en la puerta. Y sí, pasó por alli, pero pasó de largo.

 

 

Este otoño, ya recuperada de tanta tontería, iba un dia andando con el mp3 hacia la biblioteca, cuando junto a mi lado, en el paso de peatones, se paró un tío que era igualito a Djavan. En ese momento del mp3 empezó a emanar su canción Nem um dia frio. Así que algo dentro de mí literalmente me obligó a perseguirlo para ver donde iba. El tío pegaba zancadas de dos metros, así que en determinado momento lo perdí de vista. El corazón, encogido y animado, me lanzó a pegarme una carrera para encontrarlo. Y a lo Lola, corre Lola allí que iba yo pensando en lo cansada y lo loca que estaba. Dentro de la biblioteca, cuando ya pensaba que me había perdido la oportunidad de conocer a mi Djavan de delirio estival, él también estaba allí y se dirigía hacia mi, y sería por algo. Lo esperé mirándole a los ojos, que en ningún momento se acercaron a los mios, y cuando pasó por mi lado me pegó en empujón que casi me estampa contra la enciclopedia de historia.

 

 

Historias las que me monto, que hay que ver qué malo es tener tanta imaginación.

 

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