lunes, 25 de enero de 2010

La novia de la muerte




Cuando era pequeña me daba pavor salir a la calle tras la lluvia. Todo estaba lleno de caracoles espachurrados -algunos de ellos por mi culpa- y con lo que me gustan esos bichejos no podía asimilar lo absurdo e injusto de su muerte. Por aquel tiempo presencié también la primera muerte humana: la de Paquirri; y mi amiga y yo empatizamos tanto con la Pantoja que convenimos quedar todas las tardes después del cole para ir a llorar un rato, aunque no supiéramos muy bien por qué ni para qué...


Con la muerte de Chanquete sí que empecé a tener motivos para sufrir, ya que -aunque jamás lo confesara- era mi amor platónico. Así que cada verano, cuando llegaba el capítulo fatídico, volvía a sumirme en el masoquismo sentimental y me llevaba de nuevo el peor mal rato del mundo por la sempiterna muerte de mi marinero en tierra.


Mi abuelo se parecía mucho a Chanquete y era la persona que yo más quería del mundo, por no decir la única. El día que murió, siendo yo aún muy jovencita, lo pasé tan tan mal que decidí que debía hacer algo con la muerte, además de no ver nunca más Verano Azul. Poco tiempo antes él mismo había recogido a mi perrilla de la calle, y me angustié tanto ante la posibilidad de que la cachorrita también muriera que decidí vender mi alma o mi felicidad a Hades, Dios, Satanás, o quien demonios mandara en eso: "Porfavor -pedía-, que siempre estemos juntas la perrilla y yo, como si quieres hacernos vampiras. A cambio sacrificaré mi felicidad, mi suerte, mi amor o lo que haga falta".


Y la verdad es que funcionó. Mi perra sigue igual de loca, activa y bonita, y hecha una cachorra, a pesar de sus 18 años, su tumor cerebral y la leishmaniosis. Estoy por apuntarla al guiness de los records o llevarla a la tele.... La cuestión es que quizá deberían llevarme a mí, porque desde que hice aquel pacto, cada vez que intento establecer una relación mas estrecha con alguien, ¡zas! la muerte o la mala suerte aparecen, no falla.


Por ejemplo, poco después del pacto le pedí su ramo de novia a mi tía como agasajo de su unión, y además de perderlo esa misma noche a los pocos meses se quedó viuda. En aquel tiempo, también, tuve la primera cita con mi primer noviete, que acabó en un velatorio. Los dos únicos profesores con los que conecté en el instituto al punto de hacernos amigos acabaron fulminados por un infarto. La única buena amiga que tuve, después de sellar nuestra amistad en nuestra primera fiesta de pijamas, tuvo un accidente y se murió. El día que por fin iba a conocer a mi padre, después de toda una vida esperando, se fue al otro barrio. Mi nueva amiga vecina me dijo el otro día que tiene un cáncer terminal, y mi otro mejor amigo está con una pierna en el otro barrio. Además, pocas veces enciendo la tele, pero cada vez que lo hao sale algún terremoto o tsunami, con miles y miles de muertos. Es de coña.


Lo raro es que la peor parte se la llevan los conocidos de mis parejas. Por ejemplo, durante un verano que viví en casa de mi ex se murieron el vecino de enfrente, el de abajo, su padre, su abuela y su perro, además de la mayoría de los padres de sus amigos. Caían como moscas, era acojonante. Con mi nuevo chico creía que la cosa iba mejor, hasta que esta semana pasada se murió la vecina de abajo y el perro de al lado, y durante el fin de semana, volviendo del cine, nos encontramos con la vecina de enfrente saliendo del portal dentro de una funda.


Sé que es absurdo y egocéntrico, pero no puedo evitar pensar que quizá yo tenga algo que ver con todas esas muertes: ¿Será normal que se me hayan muerto ya tantísimos conocidos y amigos sin tsumanis ni terremotos de por medio? ¿Seguirá jugando el de la guadaña conmigo después de aquel pacto? ¿Se me pegaría el gafe de la Pantoja con tanta empatía?

¿Se habrá enamorado la muerte de mí? Si fuera así podría convertirme en la persona que venció a la muerte enamorándola, y podría demostrar que un bolero es mucho más importante para la historia de la humanidad que la marsellesa, la internacional y todos los himnos con los que bailó hasta ahora.
¿se estará convirtiendo mi perra en vampira? Sea como sea, a no ser que me encierre en casa para siempre, creo que tendré que seguir espachurrando los caracolitos tras la lluvia.

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