martes, 12 de enero de 2010

Lo bueno del aburrimiento



 

Mi mayor afición desde que tengo uso de razón es meterme en líos, es lo que tiene el aburrimiento. Y yo me aburría mucho, porque mis amigas sólo querían jugar a las barbies o el elástico. Y la verdad, antes que pasar la tarde exactamente igual que siempre, prefería ir a ver si me pasaba algo. Cogía el camino, y a andurrerar por todos los barrios a ver si me perdía o algo. A veces, cuando no tenía mucho tiempo, simplemente me colaba en algún edificio cercano; entraba en los portales, subía las escaleras observando las puertas y los felpudos, miraba los buzones, me daba un garbeo por los jardines... y a casa. La cosa era cambiar de aires.

 

Cuando me entraba hambre ponía cara de pena pegada al escaparate de alguna pastelería o tienda de barrio, algunas veces me regalaban la merienda. A veces también hacía amigos de un sólo día, les contaba alguna historia rimbombante sobre mí, jugaba con ellos como si los conociera de toda la vida, y luego desaparecía sin dejar rastro.

 

Cuando me hice mayor me seguía pasando lo mismo, que me aburría soberanamente con mis amigos. No sé a quién se le ocurriría la idea de inventar los juegos de mesa, vaya manera de joderme la vida. Cuando quedaba con gente para ir a beber unas cervezas, sacaban el parchís o las cartas. Cuado iba de visita a casa de otra gente, sacaban el puto risk. En casa de la suegra, el bingo. En casa del novio, la play. Y cuando quedaba para salir de marcha con mis amigas, a lo único que les gustaba jugar era a bailar cual zorrillas contoneantes y esperar que se acercaran los moscones. Cuánta originalidad.

Por eso, ya de mayor, preferí seguir con eso de intentar meterme en líos. Al menos era más entretenido, dónde va a parar. Pero como eso de mendigar la merienda y colarme en propiedades ajenas ya no pegaba, empecé a salir sola de marcha. Me bebía una litrona en casa antes de salir, porque me encantaba ver cómo las luces destelleaban más de lo normal, e imaginaba que iba levitando a un palmo del suelo.

 

Cuando llegaba a un bar me sentaba en la barra como la que espera a alguien. Me pedía una cerveza, le pedía fuego al camarero, "que noche mas buena hace, patatín, patatán". Siempre se acercaba alguien, como no. Si era un tío pasaba, pero si era algún grupillo de amigos/as aprovechaba para hacer amigos de aquellos de un solo día. Unas veces decía que acababa de salir de la cárcel y que era mi primera cerveza después de muchos meses. Otras que tenía un novio gitano muy celoso y me había escapado de casa con lo puesto. Alguna vez fui también una enferma terminal intentando cumplir sus últimos deseos..., de todo. Era una gilipollez, pero la mayoría me creía; ser una chica guapilla con cara de buena ayuda mucho.

 

Luego, cuando empezaba a aburrirme también de mis teatrillos, volvía a casa, o iba en busca de mis amigas, que seguían zorreando. De todas maneras a ellas no les gustaba demasiado salir conmigo, porque me daba corte bailar como ellas y me quedaba tiesa como un palo en medio de la pista de baile mirando a todo el mundo. Aunque casi preferían eso a verme bailar, pues mi estilo era pegar saltos, cuanto más altos mejor, y les daba vergüenza. Además intentaban disfrazarme, porque yo pasaba de pintorrearme, y eso de los vestiditos y los tacones no iba conmigo. Para colmo era yo la que siempre se ligaba a todos, así que casi preferían que me fuera a hacer el tonto yo sola por ahí.

 

De aquellas tardes infantiles y noches adolescentes y juveniles conservo millones de historias que contar algún día a mis nietos o a mi blog, lástima que me haya entrado la autocensura de la madurez. Joe, la última vez que me metí en líos justo justo cumplía los 30. Y justo desde entonces no he vuelto a hacer nada raro, ni una sola vez. ¿Se madura a los 30? Yo pensaba que lo mío ya no tendría arreglo...

 

Quizá es que el problema estaba, como sospeché desde un principio, en el aburrimiento. Ahora ya no me aburro nunca.... algo habrá que hacer.

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