viernes, 25 de abril de 2008

El acojone del entendimiento





¡Qué puta moral cristiana ésta metida en vena y hasta en la declaración de Hacienda!

¿Cómo puede ser que aún creamos que hacer el bien a diestro y siniestro nos va a retribuir la gracia divina de sentirnos extasiadamente bondadosos y dormir a pierna suelta?

 

Eso, además de egocéntrico, es falso, destructivo, y demasiado ingenuo.

 

Llevo toda la vida viendo a las personas amables, generosas y comprensivas poniendo la otra mejilla. Y eso no es ser bueno, es ser gilipollas. Porque lo único que consiguen no solo es recibir más hostias que las ex de Ernesto Neira, si no pillar una ansiedad como la copa de un pino, y dormir fatal de acordarse de la cantidad de veces que les han tomado el pelo.

 

El mundo está lleno de lobos y ovejas descarriadas, que van buscando a dulces corderitos para engordar su panza-ego. Se entretienen degollándolos despacito, hasta sacarles todo el jugo divino que engrandecerá sus perdidas y vacías almas.

 

Por desgracia, los corderitos se distinguen a leguas, con sus tiernos balidos y su miradas ávidas de sinceras caricias. Qué vamos a hacer..., tiene que haber de todo en la viña del Señor.

Al final vamos a acabar todos por no querer ir al cielo, por unirnos al enemigo, dejarnos arrastrar por la ausencia de moral para estar libre de pecado, tirar la primera piedra, meter el dedo en la llaga, y como dice el refrán, ir a todos sitios.

 

Pero...¿se pueden eliminar los remordimientos, los sentimientos de culpa, la empatía, y los valores inculcados? ¿Se puede cambiar una personalidad ya enraizada? ¿Se pueden evitar la ansiedad y el miedo?

 

En fin...

 

Que los ruidos te perforen los dientes

 

como una lima de dentista

 

y la memoria se te llene de herrumbre

 

de olores descompuestos y de palabras rotas.

 

 

Que te crezca, en cada uno de los poros, una pata de araña;

 

que sólo puedas alimentarte de barajas usadas

 

y que el sueño te reduzca, como una aplanadora, al espesor de tu retrato.

 

 

Que al salir a la calle, hasta los faroles te corran a patadas;

 

que un fanatismo irresistible te obligue a prosternarte ante los tachos de basura

 

y que todos los habitantes de la ciudad te confundan con un madero.

 

 

Que cuando quieras decir: "Mi amor", digas: "Pescado frito";

 

que tus manos intenten estrangularte a cada rato,

 

y que en vez de tirar el cigarrillo, seas tú el que te arrojes en las salivaderas.

 

 

Que tu mujer te engañe hasta con los buzones;

 

que al acostarse junto a ti, se metamorfosee en sanguijuela,

 

y que después de parir un cuervo, alumbre una llave inglesa.

 

 

Que tu familia se divierta en deformarte el esqueleto,

 

para que los espejos, al mirarte, se suiciden de repugnancia;

 

que tu único entretenimiento consista

 

en instalarte en la sala de espera de los dentistas, disfrazado de cocodrilo,

 

y que te enamores, tan locamente, de una caja de hierro,

 

que no puedas dejar, ni por un solo instante, de lamerle la cerradura.

 

 

(Oliverio Girondo)

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