¿Cómo puede ser que aún creamos que hacer
el bien a diestro y siniestro nos va a retribuir la gracia divina de sentirnos extasiadamente
bondadosos y dormir a pierna suelta?
Eso, además de egocéntrico, es falso,
destructivo, y demasiado ingenuo.
Llevo toda la vida viendo a las personas
amables, generosas y comprensivas poniendo la otra mejilla. Y eso no es ser
bueno, es ser gilipollas. Porque lo único que consiguen no solo es recibir más
hostias que las ex de Ernesto Neira, si no pillar una ansiedad como la copa de
un pino, y dormir fatal de acordarse de la cantidad de veces que les han tomado
el pelo.
El mundo está lleno de lobos y ovejas
descarriadas, que van buscando a dulces corderitos para engordar su panza-ego.
Se entretienen degollándolos despacito, hasta sacarles todo el jugo divino que
engrandecerá sus perdidas y vacías almas.
Por desgracia, los corderitos se distinguen
a leguas, con sus tiernos balidos y su miradas ávidas de sinceras caricias. Qué
vamos a hacer..., tiene que haber de todo en la viña del Señor.
Al final vamos a acabar todos por no
querer ir al cielo, por unirnos al enemigo, dejarnos arrastrar por la ausencia
de moral para estar libre de pecado, tirar la primera piedra, meter el dedo en
la llaga, y como dice el refrán, ir a todos sitios.
Pero...¿se pueden eliminar los
remordimientos, los sentimientos de culpa, la empatía, y los valores
inculcados? ¿Se puede cambiar una personalidad ya enraizada? ¿Se pueden evitar
la ansiedad y el miedo?
En fin...
Que los ruidos te perforen los dientes
como una lima de dentista
y la memoria se te llene de herrumbre
de olores descompuestos y de palabras
rotas.
Que te crezca, en cada uno de los
poros, una pata de araña;
que sólo puedas alimentarte de barajas
usadas
y que el sueño te reduzca, como una
aplanadora, al espesor de tu retrato.
Que al salir a la calle, hasta los
faroles te corran a patadas;
que un fanatismo irresistible te
obligue a prosternarte ante los tachos de basura
y que todos los habitantes de la
ciudad te confundan con un madero.
Que cuando quieras decir: "Mi
amor", digas: "Pescado frito";
que tus manos intenten estrangularte a
cada rato,
y que en vez de tirar el cigarrillo,
seas tú el que te arrojes en las salivaderas.
Que tu mujer te engañe hasta con los
buzones;
que al acostarse junto a ti, se
metamorfosee en sanguijuela,
y que después de parir un cuervo,
alumbre una llave inglesa.
Que tu familia se divierta en
deformarte el esqueleto,
para que los espejos, al mirarte, se
suiciden de repugnancia;
que tu único entretenimiento consista
en instalarte en la sala de espera de
los dentistas, disfrazado de cocodrilo,
y que te enamores, tan locamente, de
una caja de hierro,
que no puedas dejar, ni por un solo
instante, de lamerle la cerradura.
(Oliverio Girondo)
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