lunes, 5 de febrero de 2007

La súper hormiga




En estos tiempos de superhombres, superempresarios, supermodelos y superfamosos, yo me siento cada vez más una pequeña, anónima e ignorada hormiguita.


Por las mañanas me despierto temprano y a pesar de ello de buen humor. Me ducho, desayuno un buen tazón de cereales, y salgo de casa hacia el trabajo. A pesar del fresco olor a gel de baño y colonia de la buena, y de mi explosiva sonrisa listerine, ya noto que el portero intenta esquivarme para evitar realizar el gruñido mañanero que siempre he traducido -con el optimismo que me caracteriza- por buenos días. Compro el periódico y en un intercambio automático, sin siquiera mirarme, la kiosquera saca la mano para que le eche el dinero de siempre. Paso por las eternas construcciones de mi calle y los obreros no se voltean a decirme alguna burrada, y la verdad, eso ya si que es preocupante.


Cabizbaja e insegura, en el autobús le sonrío al pasajero de al lado con el útimo gesto esperanzador de contacto social recíproco, pero nada, como mucho consigo una mirada de arriba abajo y a seguir mirando hacia el infinito de la ventanilla.

- ¿Será mi nueva faceta existencialista que me ha puesto cara de pedante? . Ay, madre mía, ¡¡¿No será que me estoy volviendo invisible?!! Sí, como le pasaba a Chihiro en la peli, porque estaba olvidando quién era. Joe, qué angustia. Aunque bien pensado, mmm, puede ser interesante, podría espiar a mi ex o colarme en los vestuarios masculinos del gimnasio. Incluso puede que tenga super poderes que aún no he descubierto... Bah, mejor dejo de pensar tantas tonterías, que tengo que darme prisa -

Al llegar al trabajo el jefe me llama, y aunque sea para putearme porque he llegado tarde de nuevo, se me escapa una sonrisa de alivio al comprobar que aún existo. La Moni, mi compañera de mesa, corrobora la feliz teoría diciéndome lo mucho que le gusta mi falda nueva. Si es que no hay nada como las falsas amigas para subirle el ánimo a una.

En el descanso me dirijo a la cafetería con mi libro de Borges debajo del brazo, pero al darme cuenta del error intento taparlo con el jersey.

- ¿Cómo me van a aceptar socialmente de esta guisa?. ¿No hubiera sido mejor comprar el del Bridget Jones?

Tengo que hacer algo urgentemente, mi vida es un auténtico fracaso. Quiero que me inviten a fiestas, pillar cacho de vez en cuando, que me paguen las copas, poder levantarme a las once y solo preocuparme de estar guapa. Todo sería diferente si fuera conocida, la gente me saludaría, querrían disfrutar de mi compañía, hasta me reirían las gracias. Lo tengo decidido, tengo que hacer algo a lo grande: tengo que salir por la tele. Quiero ser como Nuria Bermúdez -

Vuelvo a casa en el metro, y la ancianita de enfrente me cuenta casi gritando el miedo que le da entrar y salir de aquel transporte. Me ofrezco a ayudarla cuando llegue su parada, y en el momento de levantarse aparece un joven de mirada serena, cabello desordenado y gesto cortés que coge a la ancianita del otro brazo para ayudarme a bajarla. En su asiento la primera edición de "Crimen y castigo", en mis ojos un brillo que casi lo atraviesa.

- ¿Cómo te llamas? - Me pregunta amigable.

- ¿Yo?- Sonrío satisfecha. - La superhormiga -

 

 

 

 

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