domingo, 4 de febrero de 2007

De cómo me vi inmersa en el existencialismo




 

El otro día iba caminando de vuelta a casa, pensando absorta en qué habría ese día para comer. Mi manía de ir mirando hacia el suelo me hizo fijarme en un caracol muy grande que, no se me ocurre cómo, se encontraba “concharriba”.
Seguí andando rápido, diligente, en mi afán de llegar pronto para descubrir qué nuevos manjares satisfarían mis papilas gustativas, pero algo me paró en seco.

- Pobre caracol, no creo que él solo pueda darse la vuelta… -

Mis ojos asustados se abrieron como platos. - ¡¿Quién ha dicho eso?! -
Enseguida adiviné la procedencia de aquella voz que tan familiar me resultaba.

- Ah, eres mi conciencia, ¿no? He oído hablar de ti, anoche mismo dijo la tele que a uno de cada cien individuos se le despierta alguna vez en su vida, pero ¡que susto me has dao, jodía! -

La mitad de mi cuerpo se giró con la intención de volver tras los pasos y salvarle la vida al pobre moribundo, pero mi nueva amiga volvió a frenarme.

- ¿Cómo vas a entretenerte en ir salvando la vida de cuanto bicho se cruce contigo? ¡A ver cuándo te enteras de que no está en tus manos arreglar el mundo! -

- Joder con la conciencia, ¡a ver si se aclara! - , pensé.

Llegué a casa y el recuerdo del molusco ya había desaparecido por completo de mi mente, supongo que ayudada por los ricos macarrones a la carbonara que me iba a meter entre pecho y espalda.
La hora de la siesta me condujo abducida hasta mi sofá preferido y, tras un par de horas de atontamiento, el teléfono móvil me despertó. Esa noche me iría de tapas con los amigos. . - Qué bien, ¡esto es vida! -, como diría Carpanta.

El agua de la ducha trajo a mis pensamientos los románticos días de tormenta que estaban haciendo. Lluvias torrenciales sobre las ventanas, rayos y truenos, barro por todas partes, botas de agua, chubasqueros, rimel corrido..., ¡¡caracoles!!
Con el labio inferior caído y el entrecejo arrugado a modo de preocupación la conciencia se asomaba de nuevo en mí.

- Tenías que haberte vuelto a salvarlo, si total, eran dos o tres metros…; ya sé que esas pequeñas ayuditas no van a cambiar mucho, pero ¡así van las cosas, pensando todos de ese modo! -

La tasca de la esquina estaba a rebosar. Los bajos de la barra (llenos de colillas, servilletas arrugadas, cáscaras de gambas, y algún que otro escupitajo) le daban el toque genuinamente cutre que debe tener toda tasca que se precie. Yo, ya recuperada de mi brote existencialista, y más feliz que una perdiz en escabeche, hablaba animada de la política interior y exterior del barrio.
- ¿Os habéis enterao de que la Juani ha pillao al Fali con la prima de la de los chollos? Qué fuerte… -

El camarero interrumpió mi disertación para informarnos con desgana de la oferta gastronómica: Tenemos sangre encebollá, ensaladilla rusa, almondigas en salsa almendras, boquerones en vinagre…, bueno, y mi suegra acaba de preparar unos caracoles que quitan el sentío.

- ¡¿Caracoles?! - pensé aturdida. - ¡Pues ponte una ración! –

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