lunes, 12 de abril de 2010

El súperello



Se supone que con los años uno va perdiendo -además de firmeza- ingenuidad.
Es lo que tiene madurar. Por eso no entiendo por qué demonios a mi no me pasa eso.
Firmeza bien que pierdo, pero ingenuidad ni a tiros.
 
Lo peor: la fórmula arrugas/canas+tetas acercándose cada vez más al ombligo+incorrupta ingenuidad

¿No habeis tenido la sensación de que un espíritu proveniente de otra dimensión, del lado oscuro o de la genética se adueña de vuestros pensamientos y actos aunque no queráis?
 
Me encandilo perdidamente de una flor espachurrada en el suelo a la que un misterioso y casualístico rayo de sol ha iluminado en el preciso momento en que yo pasaba; o del cadáver momificado de una lagartija disecada al sol, que se convierte en un tesoro o un experimento del ciencianova. Y no consigo dormir bien si mi madre ha encerrado algunos de mis peluches con el cuello torcido en un baúl, o ha tirado uno de mis trastos al contenedor.

Pocas pero intensas veces también me he encandilado-enamorado-oloquecoñoseaeso de otros seres, humanos-homínidos, como el resultado de una especie de atracción psiquanimal sin demasiado fundamento. Alomejor sólo por encontrar parecidos romántica o coleguíticamente sospechosos, unido eso al timbre de una voz, una actitud, una frase, o el brillo de los ojos. Y sobre todo por intuición, ya ves tú, qué ingenuidad...

Y yo voluntad le pongo, intento madurar de verdad o al menos parecer una joven interesante a ver si se me pega algo. Y en cierto modo sé que se atisban en mí ciertas señales de vida inteligente y que no está todo perdido; por eso cuando me vienen flashes de lucidez, astucia y cautela me siento plena, me cambia hasta el semblante y el tono de voz, y creo que por fin he madurado.

Esta tarde, precisamente viendo Doraemon con mi amiga Juana, que tiene 5 años, va y me pregunta: "¿a ti te gustaría ser una niña chica, verdad? aunque seas una persona en realidad..."

Una persona. Eso me hizo pensar. La ausencia del yo produce tanto placer... ¿Tiene la culpa entonces el hedonismo, o quizá los libros de Osho del kiosco?

Aunque está feo contestar a una pregunta con otra, y más si era retórica, le dije a mi amiga que por qué a ella entonces le gustaría ser un bebé. -¿Porque te gusta que te soben y te den besos? ¿para seguir usando tu chupete sin que se metan contigo? ¿para que te sigan cogiendo en brazos sin que te llamen mimada? ¿para no tener que ir al cole?-, insistía yo. Pero sólo movía los ojos de un lado a otro.
-Ay, porque está más chuli, ¡ya está!-. Decía Juana.

Y es verdad. La freudiana batalla del yo con el ello y este difícilmente entendible superyo cansa. A veces es tan fácil y tentador pasar de todo y abandonarse placenteramente al ello... ¡vivir! ¡sentir! ¡amar! ¡pulsionar! aunque sea a costa de supurar ingenuidad.


A mi desde luego no se me ocurre forma mas natural de ser feliz que dejando de ser persona, volviendo a tener cinco años como mi amiga Juana, o dejando que mi alma de se engañe de nuevo descartando de entrada una resolución fatal.
 
Será que a veces viene grande el poder que otorga el libre albedrío, viene grande la vida.
Sobre todo cuando tu libro de instrucciones está en japonés y con manchurrones de tinta en puntos clave, y para colmo se producen cada cierto tiempo apagones que no te dejan leerlo en paz.

 

No hay comentarios: