miércoles, 17 de marzo de 2010

Muñecosmia. O el convertidos de pedos.



Mi madre está viendo "andaluces por el mundo" tumbada en su cama con los auriculares puestos para no molesta. Seguro que a ratos me mira y piensa, como siempre, por qué no soy yo una de esas chicas que tiene un trabajo de la hostia, viaja por el mundo y se echa un marido rubio de dos metros y chalet con piscina.
 
Para que la pobre no se decepcione demasiado y me deje un poco en paz, le he dicho que estoy escribiendo un libro y que me voy a forrar como la de Harry Potter.
 
-Eso, eso, que te sirva de algo la carrera-
...

 Desde hace un rato siento que mi cuarto huele a marihuana. Es algo que me ocurre con frecuencia eso de oler cosas que no hay en ese momento. Fantosmia creo que se llama.

Según el google puede aparecer en la esquizofrenia, en depresiones psicóticas y en otros síndromes de etiología orgánica como tumores y epilepsia. Menos mal que soy demasiado optimista como para ser hipocondríaca, porque ya lo que me faltaba por leer.

Anoche, estando de cañas y pescaíto en el bareto de siempre, empezó a parecerme que todas las personas que estaban allí eran insectos, una especie de gambas gigantes y rechonchas de tez rosada, pelos, dedos asquerosos y miradas malvadas.

Suelo pensar en la especie humana como la peor plaga del planeta, bichos que se reproducen constantemente con la única intención de seguir chupandole al mundo todo lo que tenga. Pero la visión de dos señoras ancianas en la barra, gemelas, chupando cabezas de gambones al unísono, pudo conmigo y terminó de convencerme de que estaba en lo cierto: todos somos asquerosos bichos caníbales. Qué mal rollo.

Mi amigo hacía rato que hablaba con sus colegas al otro lado de la mesa sobre la falta de trabajo, hasta que me vió la cara, más pálida de lo normal, y me miró interrogante.
- ¿Ya te has hartao de fumar?-
 
- Se... Creo que ya no voy a fumar más. ¿No te pasa que si estás por ahí te sientes inseguro? Anda, regresemos a tu casa-

Al llegar, vimos cómo su padre volvió a bromear con los muñecos que había estado viendo unos días antes.

-Me ha dicho uno de los viejos del hogar que eso es psicológico-
-Tenía que agarrar una tijera para intentar asustarlos, y cuando se acercaba uno ¡chas! le sacaba los ojos... y luego lo cortaba en pedacitos... y más pedacitos... hasta que desaparecían todos.
Pero cuando me daba la vuelta estaban allí otra vez.

Yo intenté verlos por si acaso, y por un momento casi lo consigo: el asa de la bolsa de plástico era el arco por donde asomaban, la caja de zapatos una bañera, y los trozos de papel palomas ya sin ojos. Pero de los muñecos ni rastro.

Mi amigo se escondía detrás de una esquina mientras su padre me explicaba cómo eran los muñecos que estaba observando vívidamente, y que quizá habían salido de otra dimensión. Cuando empezó a hablar de que aquello, fuere como fuera, tenía vida, y de la existencia de Dios hasta ahora nunca confesada, yo ya estaba tan extasiada y alucinada que se me había olvidado la angustia de su hijo.

El pobre se tapaba la boca con las manos y abría mucho los ojos en señal de preocupación:
-mi padre se ha vuelto loco-.

Nos fuimos a la cama. Le dije que no se preocupara, al fin y al cabo también había visto muñecos tras los otros microinfartos, y no parecía que le diera miedo. Además, se reía todo el rato y hasta había empezado a creer en Dios...

Tumbados en la cama, con la única luz de una vela y nuestros reflejos en la pared llena de humedades, me entraron muchas ganas de abrazarlo, de decirle que todo iba a arreglarse y que yo lo iba a ayudar. Pero hace tiempo que me da corte mostrarle mis sentimientos más amorosos, aunque llevemos más de quince años durmiendo una vez a la semana en la misma cama y fuéramos novios durante cuatro años.

A media noche nos despertaron unos gritos. Agachado, con un palo, el padre de mi amigo boqueaba como un pez fuera del agua mientras intentaba ahuyentar a los muñecos:
-Creo que se han enfadado por intentar matarlos-.

Me da miedo la locura. Es algo que me averguenza reconocer, pero no puedo evitarlo. Me imagino que será el miedo a perder el control, el miedo a los instintos, a la propia rareza y la de la vida. A veces la desesperación desquicia, la vida desquicia, la muerte desquicia, y a mi sólo se me ocurre tener miedo.

Al menos ya sé de dónde proviene el olor a marihuana esta noche en mi cuarto. Mi pobre perri está mala de la barriga, y se está tirando unos pedos de campeonato. Suerte que a mí me huelen a marihuana, sea por esquizofrenia, psicosis, tumores o imaginación.

Sí, mamá, ya está bien de escribir por hoy.
Buenas noches a todos.



 

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