viernes, 16 de abril de 2010

Por probar




Siempre he creído que arriesgarse absurdamente, como al consumir drogas, es de gilipollas. Ya son ganas de arruinarse la salud, el bolsillo y, si te lias demasiado, la vida. Pero es tan complicado para muchos de nosotros, curiosos seres, dejar pasar lo que el mundo pone a nuestro alcance... ¡y más si siempre hay alguien que invita!. Además, ¿habrá que probar todo lo que se pueda antes de que venga la pelona?

Mi curiosidad y gilipollez comenzaron a desarrollarse sobre todo cuando entré en la guardería. Chupaba las gomas de borrar, los chinos del suelo y las cáscaras de las mandarinas; me comía toda baya de matojo o flor que se pusiera a mi vista; jugaba con la pichita de mi hermano a que era un muñeco graciosísimo; olía engustada el pegamento de barra y me daba morreos con una niña. Pero empecé a darme cuenta de que, cuando uno hacía lo que le apetecía, los demás ponían caras raras y te regañaban, por eso tuve que seguir haciendo eso de probar cosas a escondidas.

Y así, a escondidas, fue como empecé desde muy chica, por ejemplo, a comer carne cruda (esa picada de las bandejitas, deliciosa), a esnifar pintura o a leer al Marqués de Sade. Con 12 años ya me había bebido la primera litrona, con 13 el primer cigarro, con 14 el primer cubata, con 15 el primer porro, con 16 el pienso del perro (plástico puro), con 17 la primera raya, y así una larga lista de sustancias olibles, esnifables, bebibles, fumables o comestibles. Por probar.

Y por probar también me largué de mi casa con 14 años -ingenua perdida- soñando con una vida sin rumbo fijo, plena, llena de aventuras. Solo que la aventura se acabó cuando me pilló la policía a 1.500 kilómetros de distancia y de vuelta me recibió una madre, la mía, llorando como una magdalena. Qué cosas se hacen por probar...

Pero es así, a veces la curiosidad y el afán por sentirse vivo gana incluso al no querer dañar a tus seres queridos o al huir de la muerte. La primera pastilla no sé ni de qué era, alguien me dijo: abre la boca y cierra los ojos. Y claro, como eso del factor sorpresa pone tanto, pues padentro. Igual pasó con el Popper, el speed, las setas, la sabia divinorum o el éxtasis. Un día llegaba un amigo/a, decía eso de "mira lo que os traigo", y padentro.

Creo que sólo los niños, los animales y los iluminaos viven de verdad el presente, y yo desde luego era uno de ellos, porque no era capaz de vislumbrar consecuencias negativas en el futuro, ni las positivas, ni el futuro. Además, tenía siempre la certera sensación de que en cualquier momento se acabaría el chollo de vivir, y no me podía permitir el lujo de perderme nada.

Lo peligroso llega cuando te das cuenta de que el mundo con las drogas y los líos es mucho más sencillo y divertido, sobre todo si eres tímido o no te gusta lo que ves a tu alrededor. Rodearte de gente más rara que tú te hace sentir en la gloria, y las drogas te permiten salir de tu cápsula con más facilidad; no sentirte tan extraño con la gente; hablar de las cosas más raras y pasar desapercibido; soportar la vida, las discotecas y hasta los capullos; convertir una vida mediocre en una fiesta.

Joder, hoy día las drogas se hacen cada vez más necesarias si quieres vivir en sociedad, si hasta las receta la Seguridad Social... Una vez fui al médico porque tenía tos y estaba muy triste, y salí con recetas de codeína, benzodiazepinas y antidepresivos debajo del brazo ¡Al rico soma! Y sí, ¡estaba todo más rico!.

Menos mal que la prudencia y mi angelito de la guarda me han acompañado y no me he enganchado nunca a nada ni a nadie, quizá porque mi lema era que engancharse y comprar es un lujo que sólo pueden permitirse los drogadictos. Ahora, a pesar de las neuronas adormiladas, algunos palos, lapsus y unas lagunas mentales de valor incalculable, he aprendido que hay muchas cosas mucho más sanas por probar.

Estoy descubriendo que ¡atención! los perros se huelen el culo porque sus feromonas huelen a gambas y sus pedos a marihuana; el sol da más gusto si lo sientes entrar; el mejor amigo que se puede tener es un niño o un viejo; el amor da calambres guapísimos en los codos. Y no hacía falta alcohol para poder bailar, que vá, sólo buena música, o buen rollo; una buena sesión de cosquillas da más placer que cualquier polvo, y esnifar el olor corporal de quien te gusta es más intenso y placentero que cualquier droga.

Aún me siguen quedando ganas de largarme sin avisar, hacer locuras, meterme en líos, juntarme con malas compañías y chutarme somas por doquier, para qué nos vamos a engañar. Pero no sé por qué, ahora tampoco me parece mala idea disfrutar de la sencillez, llevar una vida tranquila, o preocuparme por saber amar. ¿Estará bien eso de madurar? Total, por probar...

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