lunes, 15 de febrero de 2010

Los salvajes. Parte 1: ¿Sueñan los borregos con clones libertadores?

 

Que la clonación iba a impregnar la idiosincrasia de la sociedad global es algo que se venía venir desde hace mucho, aunque no de la forma anunciada por la literatura y el cine del siglo pasado. Por culpa de esas artes creía yo de pequeña que allá por el 2000 se podría ir al súper a por un Epsilón apañao que ayudara en las tareas domésticas, o a una agencia de contactos para adquirir un Nexus-6 (p)al gusto. Lo que nunca imaginé es que, llegados a estas alturas, los clones íbamos a ser nosotros.

Me imagino que, mas allá de moralinas y probetas, fabricar clones humanos para su explotación comercial salía mucho más caro que convertir en clones a los que ya estábamos nacidos, y como la maximización de beneficios es la que manda... Puede que, para no levantar las sospechas de los más espabilados e insomnes, y seguir escatimando gastos, decidieran pasar también de la hipnopedia. ¿Para qué, teniendo los medios de comunicación y la psicología? Es mejor delinquir con naturalidad... Así, los bombardeos de los mensajes clonadores que se instalan en nuestro software empezaron a viajar a plena luz del foco en forma de sonrisa de telediario, anuncio de cereales, reality malrrollero o serie adolescente.

Al igual que en la visionaria novela de Huxley, pocos han escapado de la perversa y altamente eficaz influencia que lleva a participar de la básica doctrina del consumo-bienestar. La gran mayoría de seres humanos se rindió, suprimiendo la parte más molesta de su capacidad intelectual en pro de la placentera posibilidad de limitar sus funciones a producir y consumir. Casi como Dolly, vamos, borregos que más allá de las tareas diarias de producción y consumo sólo tengan que preocuparse de tener los rizos monos para ligar y procrear, y de ir a comprar un poquito de drogas para sobrellevar la angustia del sinsentido.

Entre tanto clon, los pocos que marcaban alguna diferencia por ínfima que fuera recibían como mínimo el despectivo calificativo de raros, algo así como los salvajes del Mundo Feliz. Algunos renegaban de la clonación, bien por incapacidad para ser clon de primera, bien por soñarse en una posición de superioridad sobreviviente. Sea como sea, quien se atrevía a desobedecer las órdenes de las ondas clonadoras ponía su reputación en peligro y corría el riesgo de convertirse en un desahuciado social. Pero el Mercado, tan astuto como siempre, supo prever las carencias o rebeldías hormonales de algunos de los candidatos a borrego. Así, los hardwares más inconformistas, tarados, ingenuos, feos, idealistas o fantasiosos también pudieron encontrar cobijo en la redentora clonación. Fue así como nacieron los frikis.

Continuará...

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