Los pasos que antes se arrastraban o
pegaban saltos larrrgos largos, medio levitando, ahora van serenos y firmes. A
veces pesados, otras bailando, o bordeando las baldosas. Le pegan patadas a las
piedras por el máximo de camino posible. Se paran y vuelven corriendo a leer
carteles que hace rato pasaron.
Los pasos que antes se paraban frente a
aquel banco y sentían una punzada en el corazón, ya no se paran, siguen de
largo, para dirigirse a las plazas llenas de gente.
Los que se recreaban hasta tu casa,
recogiendo flores para un futuro recuerdo, emocionados ante el encuentro, ahora
se equivocan de número, se pasan, o no llegan.
Los pasos pequeños, de esos que no hacían
ruido, o los grandes dados con todo el empeño, ahora tienen la mesura del
intermedio frío de la individualidad y la desconfianza propia y ajena.
Que tristeza tanta serenidad. Pero que
alegría tanto dominio.
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