jueves, 19 de abril de 2007

Mamá, quiero ser mileurista

 




Ha vuelto a llover en mi ciudad. De nuevo asoman los caracoles sus existencialistas cuernecillos por los bordes de las aceras. ¿Por qué se empeñarán en avanzar hacia el asfalto? La mayoría de la gente camina tan tranquila sobre ellos. Se ve que los crujientes chasquidos asesinos les anima a seguir con el sádico juego, como el que se entretiene pisando hojas secas, o alguna patata frita perdida.

Intentando esquivarlos esta tarde de vuelta a casa, al estilo de Jack Nicholson en "Mejor Imposible", uno de ellos me hizo frenar en seco uno de mis diagonales pasos. Como cuando su madre lo trajo al mundo, allí se encontraba el pobre molusco, caminando apenado bajo la lluvia sin casa donde refugiarse. -Qué raro-, pensé, -un caracol desconchado-. Pero no era el único, al fijarme bien en el suelo, había unos cuantos, de diferentes tamaños, que no llevaban la casa a cuestas. -Ya ni los caracoles pueden acceder a una vivienda, ¡cómo está el mundo!-

Y es que hasta en las canciones se nota el caos que estamos sufriendo. Ya las jovencitas no quieren ser artistas, como pasaba en la época yeyé de Concha Velasco, ahora las metas están más orientadas a vender nuestra alma al Banco Mundial para conseguir una ínfima parcelita de la economía globalizadora, donde al menos poder caernos muertos. Además, el politeísmo está otra vez de moda, y Ra o Alá han sido sustituidos por Coca-cola o Nike.
Ahora en vez de cantarse eso de "Mamá, quiero ser artissstaaaaa", hay una nueva versión que viene a decir algo así como "Mamá, quiero ser mileuristaaaa". Porque aunque la palabreja tenga el suficiente gancho para referirse a una generación, el que la inventó sabrá que ya es raro el que llega a cobrar los novecientos, ¿no?.

Al llegar a casa caí desplomada en el sofá pensando todavía en lo injusto de los motes. Y es que en realidad a los de veintytantos-treintaypocos nos deberían ver como la generación del eslabón perdido. Se nos prometió que estudiando mucho llegaríamos a ser alguien -y tener un muy aceptable sueldo-, pero nuestros puestos los ocupan todavía los hippies revolucionarios venidos a menos. Y cuando les toque el turno de ser despedidos -o con suerte prejubilarse a los 50-, los empresarios que no hayan deslocalizado sus empleos a países llenos de pobres preferirán dejar los dos o tres contratos "indefinidos" -já- de su empresa a los dos o tres espabilados de la generación del reguetón que hayan sabido dosificar los encantos del éxtasis y los afterhour.

Despues de tan ardua disertación interior, pensé que la mejor forma de dejar de pensar, y por tanto de angustiarme, era conectarme a la máquina productora de encefalogramas planos. Sí, la tele.

El programa de Juan y Medio, con los graciosos viejecillos en busca de alguien con quien compartir su soledad, me llevó en seguida a los brazos de Morfeo. De repente me ví atrapada en una horrible pesadilla: sentada en los mismos asientos del plató de Canal Sur, allí estaba yo con mi traje de ir a las bodas. Pero el programa lo llevaba la del diario de Patricia, y yo, en vez de ir a buscar a mi media naranja, por lo visto estaba allí para conocer por fin en persona a mi media hipoteca.

La presentadora le contaba al público que nos habíamos conocido a través de un típico anuncio del periódico. En los monitores del programa se veía un recorte del periódico donde, en vez de poner algo así como "Morenazo cachondo busca rubia tetona lo más tonta posible para rato divertido", decía: "Medio piso por pagar busca nómina lo más indefinida posible para hipoteca de por vida".
-Qué sueño más surrealista, joder, ni al mismísimo Jodorowsky se le hubiera ocurrido semejante aberración-

Muerta de miedo, vi aparecer tras la puerta a un chaval con toda la cara del ex de Rociíto, que corría hacia mí para pegarme un apretujón, mientras buscaba disimuladamente en mis bolsillos el contrato indefinido que tanto ansiaba. Patricia nos preguntaba falsamente emocionada cómo sería nuestra futura vida en común, y el chico, en vez de hablar de los planes de boda, explicó excitado cómo sería el día de la firma de la hipoteca, y que tendríamos dos o tres préstamos en vez de niños, y en lugar de suegra un interés variable.

Me desperté justo antes de darme un infarto, a punto de echarme a llorar, pero cada vez más convencida de lo que quiero en la vida. Y es que, haciendo cuentas, he llegado a la conclusión de que: si tengo que pagar una hipoteca de unos 800 euros al mes durante 40 años, vivir toda la vida explotada 48 horas semanales, anclada en el mismo piso cutre, todo el día viéndole la cara a mi media hipoteca, a pan y cebolla pero sin amor, y acojonada y estresada por las visitas del interés variable... Si encima, cuando todavía me queden diez o quince años de pagos ya estaré jubilada, y mi pensión no me llegará ni para pagar la comunidad....
Prefiero colgarme de un árbol y reencarnarme en David Beckham. Bueno, o vivir toda la vida con mi mamá.

 

 

 

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